En el colosal metro de Doha un local puede lucir una camiseta inglesa con gorra de Argentina o un saudí colocar con mimo el tradicional pañuelo árabe a un aficionado mexicano. El ambiente amistoso contagió la previa del duelo de alta tensión entre la Albiceleste y México en el Mundial.
Las largas horas previas al partido en el monumental Estadio de Lusail, fueron pacíficas entre dos de las aficiones que más fans -unos 30 mil argentinos, 70 mil mexicanos- han traído a Qatar.
El partido venía caldeado por algunas peleas aisladas de los últimos días, en una rivalidad que se había calentado desde que se conoció el emparejamiento en el sorteo celebrado en abril.
El partido contra México había comenzado para los argentinos con un espectacular banderazo en Souq Waqif, en el centro de Doha, el viernes por la noche coincidiendo con el segundo aniversario de la muerte del ‘Dios’ Maradona.
«¡Y al Diego, en el cielo lo podemos ver, con Don Diego y con la ‘Tota’ (padres de Maradona), alentando a Lionel!», cantaron los argentinos entre saltos y golpes al tambor.
«Necesitamos que nos mande mucha fuerza y tanta energía para que todo salga bien y podamos seguir adelante», señaló Tamara Ronda.
«Es un dios y a los dioses hay que pedirles y hay que agradecerles. Le hice una petición en este Mundia, espero que se la entregue a Messi», añadió Santiago Corbetta entre banderas y retratos del 10.
Horas después, la mañana del sábado languidece. A diez kilómetros del estadio de Lusail, en la playa de Katara, se divisan las banderas argentinas. En época normal los adultos deben pagar 10 riales cataríes (2,7 dólares, 2,64 euros) por acercarse al mar, pero durante el torneo se han abierto las vallas.
Con el agua tibia y tranquila como en una piscina, los hombres quedan recluidos en la última parcela, junto a un inmenso parking.
La parte principal, cerca de los cafés y restaurantes, está destinada a las ‘familias’, concepto que se abre para incluir a las parejas que contengan una mujer y a las mujeres que acudan solas o en grupo.
Sin olas, ni cerveza, un buen centenar de argentinos mata la soleada mañana (con unos 30 grados) en el agua, tomando mate y escuchando reguetón.
Un voluntario de la organización del Mundial rompe la monotonía y propone un juego: Golpear con el pie una pelota oficial del torneo e intentar tirar un bote situado a unos diez metros. Pronto se forma una larga cola.
Los mexicanos prefieren pasear por esta ciudad cultural con galerías, centros de arte y cafés distribuidos al estilo de las callejuelas de un zoco.
Luego tienen una cita en el hotel Waldorf Astoria Lusail, convertido en cuartel general de la fiesta mexicana y punto de partida de la caravana verde hacia el estadio.
Con el alcohol disponible en pocos sitios y a un precio prohibitivo (no menos de 12 dólares/13 euros), fue un sábado de descanso a la espera de la batalla de Lusail.
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