Decíamos en esta columna que los simpatizantes de Hitler y los simpatizantes de López Obrador comparten rasgos en común, sin importar las diferencias de tiempo, condición educativa, raza y geografía que separan a ambas poblaciones. Coinciden en presentar rasgos de un fanatismo irracional con tendencia a la violencia verbal e incluso física con tal de defender al líder de su causa. Desde luego que no todos los simpatizantes presentan esas características pero hay un segmento duro que así se comporta.
Los alemanes pagaron un alto precio y siguen pagando por los errores de esa generación que le creyó ciegamente a Adolfo Hitler. Las consecuencias para la humanidad son de todos conocidas pero a esta generación de mexicanos parecería que conocer esa parte de la historia no se traduce en comprender y menos en establecer una analogía entre los liderazgos de Hitler y de López Obrador. Podría argumentarse que hay grandes diferencias entre uno y otro personaje, pero las coincidencias son evidentes y preocupantes.
El factor común más relevante entre ambos líderes es su autoritarismo carismático, fundamentado en una supuesta supremacía -entre los alemanes decían que era racial, entre los mexicanos se dice que es moral-. En las 2 naciones había un enemigo que justificaba todos los abusos y todos los excesos porque es preciso derrotarlo, por cualquier medio sin importar que sea legal o ilegal, moral o inmoral. La necesidad histórica de derrotar al enemigo les autoriza a cometer todo tipo de violaciones en nombre de la voluntad del pueblo.
Entre sus bases de simpatizantes no ven venir que esos abusos les afecten también a ellos. Lo que hoy celebran como justo mañana puede voltearse en su contra o en contra de personas cercanas y convertirlos en víctimas, en nombre del pueblo. Cualquier forma de autoritarismo atenta en contra del tejido social, inhibe la formación de comunidades porque inyecta miedo y resentimiento que destruyen la confianza y la cooperación.
¿Por qué sociedades como la alemana de los años 30 del siglo XX y la mexicana de la segunda década del siglo XXI, presentan la misma tendencia a apoyar e incluso valorar a autoritarismos carismáticos? Porque están en búsqueda de soluciones. La gente de antes como la de ahora entiende poco de la cosa pública, carece de un lenguaje robusto lo que limita su capacidad de comprender la complejidad de los problemas y a ponderar la viabilidad de las soluciones. Cuando un líder le presenta propuestas simples que le suenan diferentes a lo que dicen los políticos tradicionales, la gente suele poner atención a esos discursos. Eso es lo que está ocurriendo en Argentina con el candidato “anarco capitalista libertario” Javier Milei.
Fíjese, amable lector, aquí estamos hablando de ideologías, geografías y tiempos distintos. Hitler enarbolaba el nacional socialismo, una doctrina de ultra derecha nacionalista que suponía la superioridad moral de la raza aria; Andrés Manuel López Obrador propone un nacionalismo de izquierda que supone la superioridad moral de los pobres, los desposeídos y los marginados del poder; Javier Milei se apega a los principios de un capitalismo doctrinario que propone reducir el tamaño del Estado, quitar los programas sociales, reducir impuestos, promover privatizaciones, apertura comercial y dolarización de la economía para corregir los excesos de la clase política tradicional.
A ninguno de estos discursos los unen factores en común, salvo por las soluciones que suenan innovadoras en voz de un líder carismático, quien se aprovecha de una crisis (o la crea) para entusiasmar a la gente a generar un quiebre político.
No sé si el argentino Javier Milei tenga tendencias autoritarias de ultra derecha como lo acusan sus detractores, tampoco estoy seguro de que vaya a ganar las elecciones constitucionales. Lo cierto, lo innegable es que la sociedad argentina lo hizo ganar las elecciones primarias y lo coloca como un fuerte e inesperado contendiente que las encuestas no anticiparon.
La lección de todo esto es el trasfondo del comportamiento social, altamente pragmático en situaciones de crisis, reales o imaginadas.
Nosotros hemos detectado en las encuestas que hay un amplio segmento de la sociedad mexicana que percibe un país estancado o en retroceso. Esa percepción está motivada en que su situación económica personal y familiar no prospera, por lo tanto consideran que es el país el que no progresa y por esa razón ellos están mal. También, hemos encontrado que hay un amplio segmento de la población que quiere un gobierno que entregue soluciones viables y tangibles, lo que se traduce en una tendencia al pragmatismo enfocado en soluciones.
Más allá de lo que hoy dicen las encuestas de preferencias electorales y de aprobación del presidente López Obrador, la realidad es que existe una corriente de cambio que vibra en el interior de la sociedad mexicana, y que al igual que en Argentina, está oculta para las encuestas tradicionales. Todo es cuestión de que los líderes de oposición entiendan los códigos de lenguaje y generen un discurso con propuestas comprensibles, creíbles y que suenen diferentes.
Para ganarle a Morena en el 2024, la oposición debe construir un candidato o candidata que pueda comunicarse con la gente que ve un país estancado o en retroceso y, en consecuencia, quiere un gobierno que le dé solución a los problemas. Ahí está la audiencia y la narrativa para estimular la energía de cambio. No estoy seguro de que Xóchitl sea esa candidata, aunque tampoco veo a alguien con las características histriónicas necesarias para estimular las emociones de la sociedad inconforme.
Fotos: Presidencia / Twitter