La semana pasada, en la Cámara de Diputados recordamos el ruin asesinato de Belisario Domínguez ese 7 de octubre de 1913. Pero, sobre todo, recordamos el valor, la dignidad y el compromiso con la libertad, la democracia y la verdad que nos legó.
Para el Poder Legislativo mexicano, conmemorar a Belisario Domínguez es, cada año, un motivo de orgullo y de júbilo.
En el contexto de esta efeméride, anualmente el Senado de la República otorga la medalla que lleva su nombre y que reciben mexicanas y mexicanos de gran valía, gracias a un ejercicio de construcción de acuerdos que, generalmente, alcanzan el consenso de todas las fuerzas políticas que actuamos al interior del Congreso.
A lo largo del tiempo hemos visto ser condecoradas, mentes y trayectorias de todos los espectros ideológicos con el reconocimiento, el respeto y el afecto correspondiente.
De todos los legados de Belisario Domínguez, la naturalización de la diversidad en suelo patrio es, sin duda, el más importante para nuestro futuro.
Desafortunadamente las celebraciones históricas, las fechas clave de la historia y la identidad mexicana, que desde la consolidación del Estado nacional, fueron motivos de unidad, hoy se están convirtiendo en motivo de disputas y diferencias que parecen irreductibles.
Se colocaron en el centro del debate político antiguas certezas que parecían inamovibles.
Se pusieron en juego categorías políticas que pretenden definir esencias nacionales desde las cuales se emprenden luchas justicieras de carácter ideológico.
Se propone que la historia de México tenga una nueva y arbitraria fecha de nacimiento; y se pretende colocar a las personas en una u otra categoría para distinguir entre lo realmente mexicano y lo que no lo es.
Belisario Domínguez, su vida, su trayectoria y su muerte, se erigen un un dique formidable en contra de esta visión maniquea de México, de su historia, de su gente y de su futuro.
Debe ser un dique contra el maniqueísmo que ve mexicanos buenos y mexicanos malos a los qué hay que combatir y, al mejor estilo fascista, erradicar.
Como político preocupado por su país, se ocupaba de aconsejar a la ciudadanía sobre la necesidad de vigilar a sus gobernantes, decía: “Elogiadlos cuando hagan bien, criticadlos siempre que obren mal. Sed imparciales en vuestras apreciaciones, decid siempre la verdad y sostenedla con vuestra firmeza entera … nada de anónimos ni de seudónimos”.
Retumban fuerte sus palabras en nuestros días.
Hoy que se alaba la obra de un solo hombre, sin reparo, con fe ciega, sin reflexión moderada, con fanatismo desbordado.
La muerte de Belisario Domínguez fue producto de una reacción colérica del poder ante la defensa valiente de las instituciones democráticas.
Sí, Belisario Domínguez fue un crítico del poder. Su forma frontal de externar su crítica lo llevaron a su propia muerte en tiempos de represión, de intolerancia absoluta.
Que sea la vida y sacrificio de Belisario Domínguez un recordatorio sobre el papel del Congreso frente al Poder Ejecutivo y al abuso del poder.
Que nada ni nadie someta a este poder y a sus integrantes a la sumisión.
En Acción Nacional estamos listos para seguir su ejemplo.
Durante nuestro ejercicio constitucional cuidaremos y fortaleceremos nuestras instituciones, abonaremos a la unidad nacional y rechazaremos los ataques contra amplios segmentos de la población que hoy están bajo el acecho del poder.
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