Gustavo Rodríguez Zárate, quien desde el Seminario fue visto como rebelde, llega a 47 años de ordenación
Con una conciencia social heredada desde la cuna, aprendida de su papá, líder obrero, y enriquecida con la esencia propia de una vocación rebelde, Gustavo Rodríguez Zárate cumple este 6 de mayo, 47 años desde su ordenación como sacerdote, en un camino de servicio que ha dedicado a las causas de los más débiles, entre ellos, los migrantes y los indígenas.
Quien también muchos conocen como “el cura del morral” fue estudiante en el Seminario y luego tomó el compromiso pastoral, cuando Puebla apenas salía de los años convulsos de las revueltas estudiantiles y los crímenes de Estado.
A él lo tildaban de “cura comunista”, por ponerse del lado de los jóvenes en su ejercicio sacerdotal.
Con los años y el trabajo en varias parroquias, el Padre Gustavo fijó su labor en el acompañamiento de los migrantes, lo mismo con los centroamericanos que pasan por cientos de miles por el territorio poblano y del país, que con los mexicanos y poblanos que van a Estados Unidos a buscarse una vida mejor.
Es desde hace 13 años párroco de la Asunción, en Puebla capital, en donde tiene un albergue para los llamados transmigrantes, que cruzan territorio poblano en su paso hacia el sueño americano, y ha sido cabeza y guía de peregrinaciones a Nueva York.
También es el encargado de la Pastoral de la Movilidad Humana de la Arquidiócesis de Puebla.
Gustavo Rodríguez entiende su sitio cercano a la gente, muy distinto del clericalismo de la Iglesia Católica, que se siente de una casta superior.
“Eso no va conmigo, ni con la Iglesia, ni con Jesús”, dice en entrevista a propósito de su casi medio siglo como sacerdote.
Los años difíciles
Su visión de la realidad cotidiana, en un tiempo en que las marchas estudiantiles y la represión se respiraban en las calles de Puebla, en la transición de los años 60 y 70, lo llevó a ser tildado de revoltoso y, como una forma de castigo, le fue retrasada su ordenación.
“Me retrasaron la ordenación dos años, sin saber para cuándo, sin decirme qué vas a hacer. Entonces, debes tener creatividad, inventiva, leer estudiar… mantenerte activo, porque si no te desesperas. Para mí eso fue muy fuerte”.
El Padre Gustavo recuerda con claridad esos años, porque no era regular que se retrasara una ordenación y, en su caso, “quería ver si tronaba, pero no troné”.
Rosendo Huesca, entonces obispo auxiliar, le pidió que lo acompañara como ayudante en la Sierra y “calmó mis ímpetus”.
“Era yo muy inquieto. Trabajaba con los jóvenes, con los estudiantes, con las pandillas… Era una época de una universidad muy comunista. Hablaba yo con ellos, con los chavos preparatorianos. Me llevaba yo a muchos universitarios a la Sierra a hacer visitas, campamentos. Esa fue la razón por la que se asustaron (las autoridades eclesiásticas).
“Yo soy seminarista en la época del 68, entonces me tocó aquí en Puebla el 70 y 71 y el 73 todavía”.
Los universitarios de Acción Católica de la entonces Universidad Autónoma de Puebla (UAP) -hoy Benemérita-, recuerda el padre, fueron sus padrinos al lograr la ordenación, porque fue prácticamente de súbito el aviso de que siempre sí se daría.
Así, llegó a su cita con el servicio sacerdotal el 6 de mayo de 1973, apenas tres días después de que habían matado a tres estudiantes que protestaban en el zócalo de la capital poblana.
“Los preparatorianos que balacearon en el zócalo eran amigos míos. Yo no estuve ahí, porque estaba en retiro. Y el 10 de mayo, ya ordenado sacerdote, me buscaron las mamás de los estudiantes asesinados, porque no les abrían los templos.
“Entonces yo les dije, si dan permiso, en el Carolino lo hacemos. Y fue mi tercera misa, en el Paraninfo del Carolino, por estos estudiantes asesinados, que pidieron las mamás. Entonces ya me marcaba la línea de compromiso recién ordenado”.
El estigma y el orgullo
En aquella época, Gustavo Rodríguez Zárate tuvo que soportar un estigma que, al paso del tiempo, se convierte en motivo de orgullo.
“En aquellos años los periódicos me sacaron que era un cura comunista, un cura revoltoso, junto con (el sacerdote) Enrique Marroquín y los del Parral. Pues sí, me señalaron y me tenían fichadito”, dice entre risas.
-¿Usted tiene el corazón a la izquierda (como metáfora)?
-Sí -dice sin dudarlo-. Muy abierto a dialogar con la línea de los egresados de la Luwumba de Moscú que estaban en el Carolino, y conviví con ellos muchos, pero siempre respetándonos y yo criticando su ideología, pero cercanos.
-¿Ese adjetivo del “cura comunista” a usted qué le parece a la distancia?
-Pues en esa época era más impactante, porque sí te señalaban y más que a los pocos años de sacerdote yo era el encargado de toda la Pastoral de Jóvenes de toda la Diócesis. Ya cuando llegué a los pueblos, de párroco, ya más bien fue por los migrantes.
Los derechos de los paisanos
El joven Padre Gustavo ya en los tempranos años de la década de los 80, llegó de párroco al municipio de Zacapala, en la Mixteca Poblana, en donde encontraría el sentido de su otra lucha, la de los derechos de los migrantes.
Allá “había muchos asesinatos y en esos años mucha sequía, por lo que la mayoría de la gente, que estaba muy pobre, se fue a Los Ángeles (California) y Houston (Texas), y los acompañaba yo cada seis meses a tenderlos allá en Estados Unidos, porque allá estaba la mayoría de los señores y de los jóvenes. También iba yo por el apoyo económico para reconstruir el templo, que se había caído en el terremoto.
-¿Ahí toma usted esa lucha?
-Sí, muy sensible al dolor de los migrantes, cómo se iban sin nada, y allá los explotaban también, el empleador, el pollero.
Rodríguez Zárate después estuvo 10 años en la parroquia de Santa Clara Ocoyucan, en donde se encuentra la junta auxiliar de San Bernardino Chalchihuapan, en donde vio “otra realidad de la religiosidad popular”.
Los años 90 sorprenden a Puebla y al padre ahora conocido como pastor de los migrantes, con una migración masiva de poblanos a Nueva York y su zona triestatal con Nueva Jersey y Connecticut.
“Entonces yo ya empezaba a trabajar con la Asociación Tepeyac de Nueva York e iniciamos la Carrera de la Antorcha Guadalupana en el año 2000 y de ahí no la solté hasta ahora que se va a suspender”, por la emergencia del Coronavirus.
La cuna con liderazgo
El Padre Gustavo nació en Santa Cruz, Tlaxcala, en donde su padre, Jesús Rodríguez del Razo, fue líder de la fábrica textil de La Trinidad.
Sin embargo, desde los 3 años de edad y por amenazas que recibió su papá por su defensa de los derechos de los obreros, la familia se trasladó a Atlixco, en donde era párroco el hermano de su mamá, Ignacio Zárate Ortiz, quien fue “un sacerdote de avanzada para su tiempo, muy comprometido con toda la gente pobre de las juntas auxiliares” de ese municipio.
Fue entonces que, desde muy niño y por su cercanía con los sacerdotes, comenzó su vocación.
Su madre, María Teresa Zarate, con 103 años de edad, sigue activa y muy despejada de mente, en Atlixco.
La familia de Gustavo Rodríguez estuvo compuesta por ocho hermanos -él es el tercero-, de los que uno de ellos, Ricardo, es párroco en la colonia Gonzalo Bautista de la capital poblana.
-¿Cuándo sintió usted el llamado de la vocación sacerdotal?
-La emoción, desde los cuatro años, cuando era monaguillo. La decisión, la tomé cuando terminé sexto de primaria… Y ya la definición, la crisis, a los 18 años, cuando ves que estás metido en un ambiente de corrupción eclesiástica, de malos ejemplos, y tú dices, si crees en Cristo, esto va a cambiar. Y entonces entré a cambiar la situación, a no seguir esa línea corrupta, pero con mi ejemplo, con mi tendencia.
-¿Ha habido algún momento en el que le han dado ganas de tirar la sotana?
-Pues fue apenas, hace como 14 años, cuando después de tanto trabajo y luchar por los migrantes y los indígenas, dije yo creo que me equivoqué de camino. Todo mundo me critica, porque no tolera esa línea y me iba a dar diabetes…
“Pero siempre Dios corrige a tiempo y me levantaron de la diabetes y llegó Don Víctor (Sánchez Espinosa) de Arzobispo, hace 11 años, y me jala de su brazo de apoyo, a las visitas pastorales, y salgo de la crisis”.
-¿Fue entonces determinante la llegada de monseñor?
-Sí, porque nos llevábamos bien, pero éramos de dos corrientes diferentes en el Seminario. Le pregunté, ¿por qué me llamas? Porque eres diferente, para qué quiero otro igual que yo. Además, conoces toda la Diócesis, me respondió.
-¿Qué lo motiva a seguir en su vocación?
-Siempre he visto la necesidad de atender a los más pobres, a los jóvenes y a los migrantes y luego a todos, incluso las clases altas necesitadas de espiritualidad y de orientación, eso me ha reafirmado. Cuando hay una misión que cumplir, aún ahora encerrados (por la emergencia sanitaria), pero por Facebook, On Line, por el Whatsapp, con conferencias, estoy todo el día activo.
-¿Hay algo que le lastime, que le moleste de dentro de la iglesia?
-Siempre me ha molestado, desde el Seminario, el clericalismo. El creerse una casta aparte, superior, del clero y eso no va conmigo, ni con la Iglesia, ni con Jesús. Y eso el Papa Francisco lo ha atacado fuerte, de que seamos sencillos, que no seamos aferrados al poder o al dinero, sino cercano a las comunidades y por eso siempre he luchado.
-¿De la clase política, con la que también le ha tocado convivir, qué le molesta?
-Siempre la corrupción, la discriminación y, sobre todo, la impunidad… Apenas hoy empiezan a tocar a los grandes corruptos y eso es una esperanza.
-¿De la sociedad que ve qué se necesita cambiar?
-Yo creo que este retiro espiritual de cuarentena nos ha ayudado muchísimo a valorar las cosas indispensables y no las superfluas… Valora lo que tienes, lo esencial, la familia, la comida, tu vida interior… Eso ha sido excelente, cómo Dios va escribiendo a través de sus renglones torcidos, su mensaje.
Este 6 de mayo, además del Padre Gustavo, cumplen 47 años de ordenación sus compañeros Delfino Franco Ramírez, Fermín Ramírez, Joaquín Rosano, Enrique Márquez Ramírez, Jesús Genis Velázquez, Agustín Corrales García, así como los ya difuntos Daniel Corrales García y José Félix López.
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