El desahogo de Messi

Lionel Messi acomoda la pelota en su zona predilecta: en la frontal del área, apenas recostado sobre la derecha, un panorama ideal para la exquisitez y precisión de su zurda. Pero su disparo, el mismo que tantas veces convirtió con un remate imparable al ángulo superior izquierdo del arquero, se va por encima del travesaño. Es el eterno retorno, un maleficio que parece una parodia: Messi pateó ese mismo tiro libre, con el mismo destino, en sus cinco Mundiales.

La noche parecía una síntesis de todas las frustraciones mundialistas que Argentina padeció durante este siglo. Pero Messi tendrá revancha. Van 64 minutos, el clima es cada vez más espeso en Lusail y la actuación albiceleste es otra vez decepcionante. En el cuerpo de los jugadores, en el aire de Lusail, se siente la tensión. El reloj se consume, el tiempo se agota, aumenta la frecuencia cardíaca y el panorama es cada vez más dramático: Argentina no está afuera de los octavos de final pero los síntomas son de eliminación.

Pero entonces ocurre la magia. Ángel Di María aparece por el flanco derecho, intenta sin éxito otro desborde y acude a su plan alternativo: detecta al 10, por primera vez sin la celosa vigilancia mexicana y en absoluta soledad, en la puerta del área. El desenlace se escribe solo: Messi se acomoda la pelota con un control orientado y con la misma zurda ejecuta un remate cruzado e inatajable para Memo Ochoa.

El gol es más que un gol, es más que un triunfo, es más que tres puntos imprescindibles: es un desahogo. Messi sale disparado, con la boca llena de gol, hacia la tribuna en donde delira su pueblo, una hinchada que hizo un esfuerzo colosal para acompañar un sueño que construyó a partir de su consagración en la Copa América. En el banco se emociona Pablo Aimar, quien hace veinte años era una de las almas en pena en la pronta eliminación en Corea y Japón.

En los momentos de mayor caos, en los escenarios de mayor desesperanza, Messi fue la calma. Cuando Argentina se tropezaba con sus intenciones, cuando se trastabillaba con sus urgencias, cuando se apuraba y no encontraba los senderos para quebrar el dispositivo defensivo que tejió Gerardo Martino, Messi transmitía paz. Si nadie conseguía hacerse cargo de la creación, se tiraba atrás para pedirla e intentar conectar las líneas de un equipo muy largo en una función que tantas veces debió asumir en el pasado.

Pero incluso en ese momento, en el más deslucido de Argentina en el partido, Messi era capaz de mirar a la cara a otro experimentado como Nicolás Otamendi para pedirle tranquilidad: «Era un partido complicado para levantarnos, porque México juega bien. El primer tiempo lo jugamos con intensidad y en el segundo nos calmamos y volvimos a ser nosotros», explicó el astro post partido.

Era un partido trascendental para el 10, para su sueño postergado de ser campeón del mundo y para su legado. Desde el himno, que cerró con las fauces bien abiertas y con la garganta al borde de la afonía en una postal bien maradoniana, que en Lusail quedó bien en claro que para Messi no era un partido más. Y Messi cumplió, como siempre, en el momento más caliente, tal como reconoció Emiliano Martínez: «Sabíamos que si perdíamos quedábamos afuera. Ellos nos hicieron un partido difícil, pero teniendo al 10 siempre es más fácil».

El genio frotó la lámpara en una definición propia de Arthur Schopenhauer: mientras que el talento logra lo que otros no pueden lograr, el genio logra lo que otros no pueden imaginar. Y ningún otro jugador hubiera podido imaginar el remate que destrabó el trámite. Luciano Spalletti, entrenador del Napoli, utilizó ese recurso para explicar a Maradona y la misma frase puede aplicarse al otro gran 10 argentino: “Esa es la diferencia entre el talento y la genialidad». Y Messi es un genio.

Más tarde aparecerá Enzo Fernández, el mediocampista ex River que en un puñado de partidos con el Benfica portugués garantizó su lugar en la nómina de 26 para Catar. Todo en su carrera es repentino y abrupto: sus minutos en el debut y en la victoria ante México seguramente le garantizarán la titularidad en el tercer encuentro ante Polonia. Ahora también se le escapa una lágrima a Lionel Scaloni en el banco de suplentes.

Se cumplen los noventa minutos, Messi mira al árbitro Daniele Orsato y le pide que termine el partido, que ya es la hora, que no hace falta jugar más, que se termine un calvario que duró hasta su gol. Un gol que le permitió igualar a Diego Armando Maradona, también autor de ocho tantos en la Copa Mundial.

El genio ya cumplió con su tarea pero antes de irse al vestuario a descansar se une a su pueblo: en una misma voz, en una misma alma, cantan que ser argentino es un sentimiento, que no pueden parar, que quieren ser campeones mundiales. El electrocardiograma en Lusail no miente: Argentina está viva. (Con información de la FIFA)

noviembre 27, 2022 - 2:15 pm

Por: Staff

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