Es bien sabido que pesan más los impulsos que las razones al momento de elegir a uno u otro candidato. Esto significa que en el proceso de formación de las preferencias políticas las emociones se activan primero y tienen un papel decisivo cuando los individuos se ponen a pensar por quién votar. Hay diferentes emociones o impulsos emocionales primarios que tienen influencia en las decisiones políticas, me refiero al miedo, la ira, la tristeza y el asco. Estas emociones primarias estarán compitiendo en la intimidad de cada ciudadano a la hora de tomar su decisión electoral: votar por la ratificación o por la rectificación del rumbo del país o simplemente evadir la decisión.
Tendemos a identificar a las reacciones emocionales como procesos aislados del cerebro, hoy sabemos que eso no es cierto, de hecho se activan ciertas regiones cerebrales cuando sentimos y reaccionamos ante impulsos provenientes del entorno. Sin embargo, el proceso de las emociones primarias es instintivo mientras que reflexionar o razonar requiere de un mayor esfuerzo porque se activan más regiones del cerebro. Entre las expresiones coloquiales se tiende a asociar al hígado y al estómago como órganos representativos de las reacciones emocionales. El primero se relaciona con la ira y el asco, mientras que al segundo con el miedo y la tristeza.
El panorama electoral tendrá diversos elementos que van a influir en los mexicanos. El gobierno ha enfocado sus esfuerzos a exhibir casos emblemáticos de la corrupción del pasado, quiere recordarle a los electores las razones que los llevaron a votar por López Obrador y los suyos en el 2018. Los casos de Emilio Lozoya y César Duarte serán utilizados como recursos políticos para armar sendas campañas de propaganda que exhiban al “régimen corrupto y abusivo del PRIAN”. La apuesta es por ganar la narrativa ante un entorno de franco deterioro en todos los aspectos: crisis económica, delincuencia creciente y violencia descontrolada, miles de muertos por Covid-19, gobiernos de MORENA disfuncionales, omisos y corruptos, sumisión ante Donald Trump, entre los más relevantes.
Veremos lo que he llamado la guerra del hígado contra el estómago. La ira y el asco que despierta en la sociedad la conducta de los gobernantes del antiguo régimen, compitiendo contra el miedo y la tristeza (decepción) que provocan la incompetencia y la omisión del actual gobierno en prácticamente todas las tareas a su cargo.
La elección será una batalla entre la realidad y una puesta en escena, el presente contra el pasado, las carencias de hoy contra los abusos de ayer. La polarización que nos espera es un debate por la atención del público en la corrupción y la impunidad del pasado o las insuficiencias e incoherencias del presente.
¿De qué hablaran los mexicanos durante el segundo semestre del 2020 y el primero del 2021? Responder a esa pregunta será la clave para definir el resultado electoral. En el mundo previo al internet era una tarea relativamente sencilla el orientar la discusión pública a través de los medios tradicionales como la televisión, la radio y la prensa escrita. Unos cuantos comunicadores acumulaban el monopolio de la verdad pública. En la actualidad no hay manera de conducir lo que se discute en las redes sociales y tampoco es posible esconder temas incómodos, evadir responsabilidades o estimular reacciones emocionales colectivas. La credibilidad de los comunicadores está fragmentada, incluso atomizada, hoy los famosos “influencers” en You Tube tienen tanto o más poder persuasivo que los conductores y periodista profesionales de la televisión y la radio.
El otro aspecto que dificulta la tarea de construir una percepción de la realidad es lo que conoce como la posverdad. En este mundo hipercomunicado han perdido relevancia los datos y los hechos objetivos ante la narración y la interpretación. Esto significa que la percepción de la realidad puede no coincidir con los datos y los hechos reales, sino con la manera que se interpretan. El diccionario de Oxford define a la posverdad como el fenómeno que se produce cuando «los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales». El diccionario de la Real Academia de la Lengua define a la posverdad como la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad.”
El filósofo Anthony Clifford Grayling lo explica de la siguiente manera: «Todo el fenómeno de la posverdad es sobre: ‘Mi opinión vale más que los hechos’. Es sobre cómo me siento respecto de algo». Por esa razón es que nunca como en el 2021 las emociones tendrán un papel protagónico en la definición de las preferencias políticas.
La democracia liberal fue concebida como un método para dirimir la disputa por el poder público fundamentado en la razón de los ciudadanos. Es decir, supone que existe un proceso racional en el que los electores deciden sus preferencias políticas. La posverdad desafía el fundamento de la democracia y en alguna medida puede socavarla hasta destruirla.
Candidatos, comunicadores y consultores políticos tendremos una tarea fuera de lo común. Nunca como en esta elección utilizaremos tácticas inéditas para ganar el debate público en un entorno determinado por el distanciamiento social al que nos someterá la pandemia. Los actores del oficialismo harán todo lo posible para que se hable del pasado, la oposición se esforzará por que se hable del presente ¿Quién ganará? No lo sé, pero debemos tener cuidado de no polarizar al grado que la abstención sea la alternativa para millones de mexicanos, con ella el gobierno resultará beneficiado y la democracia será la gran derrotada, no solo en esta elección sino por muchos años.
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