El joven que encontró a Dios en sus propias fragilidades

El inicio de la vida universitaria suele inaugurar la vida adulta de muchos jóvenes. En ocasiones, el descubrimiento personal rebasa con creces al aprendizaje profesional.

Humberto Guzmán Parra entregó su proyecto de titulación en la primavera de 2016; se graduó como Arquitecto en la Ibero Puebla. Dos años después, emitió sus votos como nuevo integrante de la Compañía de Jesús. En sus propias palabras: “soy arquitecto de profesión, pero jesuita de vocación”.

El joven de 28 años regresó a su alma máter de manera virtual para compartir sus experiencias y reflexiones en el marco del 500 aniversario de la conversión de Ignacio de Loyola, hombre de armas que, tras ser herido por una bala de cañón en Pamplona, encontró el sentido del mundo a través de Dios y fundó la orden religiosa jesuita.

Sus primeras experiencias como universitario fueron conducidas por las expectativas naturales de cualquier joven de nuevo ingreso, mismas que pronto fueron sometidas por la realidad de la vida estudiantil: proyectos, visitas a obras y siestas improvisadas encima de materiales de papelería. Aquel contraste lo llevó a cuestionar la presencia de Dios en su vida y en el mundo.

“Me sentía pequeño, pero me sentía movido por algo”. El joven, atónito entre planos arquitectónicos y estructuras inmensas, encontró algunas luces en el consejo de sus profesores, quienes lo orientaron a seguir su vocación por encima de su profesión. A esto se sumaron las experiencias gratas acumuladas en los grupos de interés de inspiración ignaciana al interior de la Universidad.

En espacios como el Programa Universitario Ignaciano (PUI) experimentó la forma en que las universidades jesuitas impulsan la fe que obra la justicia y el estudio interdisciplinar. “La Ibero Puebla me dejó cómo los afectos y las presencias se quedan en el corazón”.

Durante la recta final de su licenciatura, Humberto Guzmán incursionó en sus primeros ejercicios espirituales, una de las experiencias insignia de la praxis jesuítica. En aquel campamento, tuvo la oportunidad de compartir con personas que se encontraban en una búsqueda espiritual común, al tiempo que comenzó a reconocer a ese Dios que sentía distante en sus primeros semestres.

Una de sus primeras encomiendas como aspirante de la orden fue la visita a un comedor comunitario para migrantes en la frontera norte del país. El compartir con personas vulneradas lo ayudó a revalorar sus privilegios y, como predican los jesuitas, ponerlos al servicio de los demás. “Cuando entré a la Compañía me mandaron a encontrar a Dios en las fronteras geográficas y humanas”, recordó.

Posteriormente, inició su noviciado de dos años en el sur de Jalisco, donde consagró su diálogo íntimo con Dios. “Maestro, ¿dónde vives?”, cuestionaba. Aquel tiempo fue descrito por el joven padre como un tiempo en el que se dejó ser amado por un Ser superior que, al entrar al corazón, lo transforma todo.

También fue un periodo para comprender el valor de la comunidad. En una visita a las maquilas de Mexicali, experimentó las condiciones de precariedad en la que viven las personas del lugar y cómo, pese a todo, prevalecía la fraternidad y el cuidado mutuo. “Aun con nuestras fragilidades y nuestras dudas tenemos que propiciar la paz en el mundo”.

El pronunciamiento de sus votos en 2018 fue un acto de amor: hacia Dios y hacia los demás. Humberto recordó con la voz entrecortada la emoción de ver a sus amigos del PUI reunidos para celebrar su ingreso a la Compañía de Jesús. “Todo lo que se estudia se aplica y se aprovecha en algún momento cuando se da con el corazón”.

Ahora que estudia el posgrado en Filosofía y Ciencias Sociales en el ITESO de Guadalajara, reconoce que el principal reto de la actualidad consiste en mirar la realidad con esperanza. Ya sea como arquitecto o como servidor de la fe, Humberto Guzmán, SJ encontró el cauce en su vida y lo sintetizó en un último aforismo para sus compañeros de vida: “enamórate y permanece en el amor”.

octubre 13, 2021 - 5:45 pm

Por: Staff

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