Probablemente el mayor de todos los miedos que pueda tener el presidente de México es el quedar exhibido ante toda la nación como lo que es realmente. “El temor no anda en burro” dice uno de tantos refranes populares que López Obrador conoce muy bien, quizá mejor que nadie. Por eso, el esfuerzo que hacen él y su gobierno para mantener vigente el modelo político que lo llevó a la Presidencia de la República en 2018.
Provocar el conflicto como método para ganar el debate, señalar a un enemigo del pueblo (simbólico, ideológico o real) para conservar motivadas a sus bases, dramatizar supuestas situaciones catastróficas ocasionadas por sus adversarios, exaltar la autoridad moral de los pobres para ganar superioridad ética ante su oposición, incorporar una narrativa nacionalista y un uso del lenguaje popular. Cuando ya nada de eso funciona ante una evidencia reveladora, López Obrador saca del baúl de las mañas el último recurso, acusa de “enemigos de su movimiento” a los periodistas o medios que difunden la información incómoda. La máxima de “matar al mensajero” ha sido utilizada con demasiada frecuencia últimamente.
El personaje tan amado por muchos millones de mexicanos sale de su habitación todos los días con el único propósito de capturar la aceptación de su base. Dividir, confrontar, culpar, exagerar, criticar, señalar, exhibir, manipular, desviar, tergiversar y una larga lista de verbos que se aplican a la estrategia de comunicación, todas las mañanas de todos los días.
¿Qué tan efectiva ha resultado la estrategia?
De acuerdo con el portal Oraculus.mx, las encuestas marcaron el punto más alto de aprobación al presidente durante algunas semanas de enero y febrero del 2019, justo con la supuesta estrategia de combate al huachicol; en esas semanas la aprobación fue del 81 y la desaprobación del 14 por ciento. En contraparte, el nivel más bajo del presidente fue durante el periodo de la crisis sanitaria, es decir, entre los meses de marzo a agosto del 2020. En ese momento la aprobación rondaba el 59 y la desaprobación el 36 porciento. Hoy el presidente se ha recuperado pero está más cerca de sus niveles mínimos que de sus máximos. Lo aprueba el 64 por ciento y lo desaprueba el 31 por ciento.
Hay algunas encuestas que lo colocan por encima del 70 de aprobación y otras por debajo de 60 por ciento. Obviamente, el equipo de comunicación del presidente toma como referencia los datos más optimistas, y está bien, pero lo que no está bien es el país.
En la lógica de López Obrador, el apoyo popular que marcan las encuestas se traduce en un salvoconducto para seguir por el mismo camino. “Vamos requeté bien” diría en una mañanera el ciudadano presidente, y para su fuero interno significa un “sigue adelante Andrés Manuel, el pueblo está contigo, a pesar de todo”.
Mucho se ha escrito de los resultados desfavorables del gobierno federal en casi todos los frentes. No hace falta abundar en cifras que documentan un trabajo mediocre, muy por debajo de lo que se ofreció en campaña y más lejos aún de las expectativas que sembró. Sin embargo, el debate racional nada hace, a nadie persuade, ¿por qué?
Porque la aprobación del presidente tiene un elevado componente de subjetividad. En las encuestas, los resultados objetivos como gobernante o los atributos personales del presidente, resultan peor evaluados que la aprobación. Tomemos como ejemplo la encuesta de El Financiero publicada en noviembre de 2021.
Aprueba el trabajo de López Obrador el 66 por ciento de los encuestados y lo desaprueba el 31 por ciento.
En materia de economía el trabajo del gobierno de AMLO es calificado como bueno o muy bueno por el 54 por ciento y malo o muy malo por el 37 por ciento.
En materia de seguridad pública, 36 por ciento lo califica como bueno o muy bueno contra 53 por ciento de malo o muy malo.
En materia de corrupción, 41 por ciento bueno o muy bueno, 48 por ciento malo o muy malo.
En materia de vacunación, 74 por ciento bueno o muy bueno contra 18 por ciento de malo o muy malo.
Solo éste último rubro, el de la vacunación, está por encima de la aprobación presidencial; la economía, la seguridad o el combate a la corrupción son aspectos peor calificados que el presidente.
La misma encuesta muestra un incremento en los atributos de López Obrador. En “capacidad de dar resultados” pasó de 44 a 52 por ciento entre octubre y noviembre. En “liderazgo” pasó de 51 a 61 por ciento. Y en “honestidad” subió de 62 a 64 por ciento en el mismo periodo.
Los atributos presidenciales suman en promedio 59 puntos, los aspectos de trabajo suman 51 puntos de promedio. Es decir, ni los resultados ni los atributos explican toda la aprobación presidencial ¿Entonces qué es? Eso es lo que llamo el margen de subjetividad. Ese algo que las encuestas no pueden cuantificar, pero existe y constituye la conexión del líder con su pueblo.
Lo que gusta a una parte de la población es el estilo de López Obrador. Hay quien dice que AMLO conoce el código cultural del mexicano. Y sí, así es, pero ¿cuál es ese código? Usted elija estimado lector, lectora. Puede ser el estilo Chavo del Ocho, ese pícaro pobretón que se burla de Kiko (el niño fifí), de doña Florinda y del profesor Jirafales (símbolos de la autoridad establecida). También puede ser el estilo Pepe El Toro, el pobre pero honrado que viene de abajo y triunfa a pesar de la adversidad y el sufrimiento. O el estilo Chapulín Colorado, un anti héroe que vence porque es inocente a pesar de ser bruto e ignorante.
Quien haya diseñado al personaje encarnado por López Obrador es un experto en la psique popular mexicana. Ignoro a ciencia cierta cuáles sean esos códigos culturales que el personaje emula y ante los cuales el pueblo se rinde. Lo que resulta evidente es el rechazo que generan entre la población con mayor escolaridad y conciencia ética. Andrés Manuel es un presidente amado y un presidente odiado, adorado por unos, repudiado por otros, y por las mismas razones del personaje encarnado. Quizá sea consecuencia de la propia contradicción de nuestra realidad nacional la que se expresa en este fenómeno político al que cada día le queda menos tiempo en el poder, por fortuna.
Foto: Presidencia de México
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