Ahora que el PRI llega a sus primeros noventa años de vida, hay que ver su evolución: arrancó como Partido Nacional Revolucionario (PNR), luego se cambió a Partido de la Revolución Mexicana (PRM), su tercera mutación fue por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y ahora, en su cuarta transformación ya se le conoce como el PRI-MOR.
A poco no dan ternura (ternuritas les llamaría ya saben quién) los guerrilleros de internet o activistas de sofá de Morena cuando se ponen a acusarse entre ellos mismos por ser priistas o peor aún marinistas-preciosos. La verdad es que todos ellos están cortados por la misma tijera, no nos hagamos pendejos.
Miren ustedes: Luis Miguel Barbosa renunció al PRI desde 1997 y se afilió al PRD en ese año, fue su presidente a nivel estatal y luego controló al sol azteca por casi 19 años. Por su parte, Alejandro Armenta fue priista de toda su vida y renunció hace dos años a su militancia, pero siempre fue marinista. Si Alejandro Armenta fue alguien en su carrera política se lo debe a Mario Marín Torres y en segundo lugar, qué paradoja, a Javier López Zavala.
Ayer que Armenta cerró campaña en el zócalo, ¿qué tal estuvo la repartición de tortas para los acarreados? ¿Qué, las tortas, la matraca y el confeti no es práctica del partido tricolor?, por Dios.
Finalmente, Nancy de la Sierra quien también fue, oh my god, priista en sus orígenes. Su carrera política la inició en los tiempos de Melquiades Morales. Fue de las poblanas consentidas por Enrique Peña Nieto y, por cierto, es ahijada de grado de ¿quién creen? Efectivamente, mis corazoncitos, le atinaron a la primera, de Mario Marín Torres.
Así que dejemos el romanticismo de la presunta izquierda y veamos que todos tienen el mismo génesis. Ser priista no se quita, no es gripa, ni diarrea que con un Treda en la farmacia ya se cura.
No, ese virus es para toda la vida.
Ahora ¿es malo? No, no lo es. Vivimos en tiempos en que las ideologías son desechables. Lo que no está bien es que los de Morena nos quieran vender que esto ya cambió, que ya dejaremos de ser un país en vías de desarrollo, que se acabó la corrupción, ¡bah!, ¡pamplinas!
Tampoco el PAN se salva: Rafael Moreno Valle gobernó Puebla como un gran priista. No traía los principios del partido albiazul, no era un demócrata. Los panistas que lo dejaron entrar a su partido también actuaron como marinistas, melquiadistas y bartlistas, pues se le hincaron por un buen plato de lentejas. Se volvieron robots y a todo decían que sí. También comieron sapos sin hacer gestos. Además, orgullosos respondieron: “las horas que usted diga, señor gobernador”.
Y no, tampoco nos hagamos los ilusos al señalar que el PAN debe ser recuperado por el verdadero panismo, pues ese al que llaman verdadero siempre negoció canonjías y prebendas con el PRI. Esa visión de que Humberto Aguilar o Ana Teresa Aranda son puros es un cuento de hadas, no seamos bisoños, son políticos y quieren dinero y poder. La ultraderecha siempre fue aliada del tricolor.
El PRI llega a sus primeros noventa años y ha enviado a sus mejores cuadros con sus mejores mañas a poblar otros partidos, con lo mejor y lo peor, con sus vicios y sus virtudes, porque ni la política ni sus militantes han cambiado en absolutamente nada.
Ya no importa si en las elecciones por venir siguen perdiendo y se siguen debilitando. Ahora se fueron a Morena, pero cuando Morena pierda el poder se cambiarán como lo ha hecho el Partido Verde, al fin y al cabo la moral ya sabemos que es un árbol que da moras.
Y como diría el clásico en las manifestaciones: “¡el que no brinque es priista!”.
Columnistas, Noticias Destacadas