Londres, 24 Oct (Quién).- El rey Carlos III ha demostrado que, cuando las circunstancias lo ameritan, puede sacar su mejor sentido del humor para minimizar los problemas. En el discurso que ofreció hace unos días durante un evento en la City de Londres, el soberano británico no dudó en recordar, con ese ingenio tan habitual en sus compatriotas, la crisis de imagen que vivió cuando empezó su reinado: cuando las cámaras registraron su evidente enojo durante la firma de las actas de proclamación que lo acreditaban como nuevo monarca del Reino Unido.
«El sentido del humor de los británicos es mundialmente conocido. Nuestra capacidad para reírnos de nosotros mismos es uno de nuestros rasgos nacionales. Y menos mal, pensarán ustedes, dadas las complicaciones a las que me he enfrentado en el último año con los frustrantes fallos de mis plumas estilográficas», dijo provocando las risas de los asistentes. De esta forma, el monarca ha tratado de restar importancia a una serie de imprevistos que, en su momento, lo llevaron a recibir multitud de críticas. El primero de estos contratiempos tuvo lugar en el palacio de St. James, en Londres, poco después de fallecer la reina Isabel II. Carlos III se quejó visiblemente ante su ayudante al no encontrar la postura adecuada para firmar el importante documento, sin recordar que el acto solemne estaba siendo retransmitido en riguroso directo. Quienes trataron de defender su reacción señalaban que el rey se encontraba en un punto muy delicado de su vida: acababa de perder a su madre, probablemente no había dormido lo suficiente y, además, tenía que gestionar su luto viajando de un lado al otro del país, presidiendo infinidad de solemnes ceremonias. A su juicio, esa muestra de su fuerte carácter no era más que un caso aislado, justificado incluso por las circunstancias.
Pero solo unos días más tarde, ya en Belfast (Irlanda del Norte) y tras un servicio religioso en la catedral de Santa Ana, el soberano volvió a pasarla mal al tener que estampar su firma. En esa ocasión, los nervios lo llevaron a escribir mal la fecha y la pluma que utilizó para ello empezó a chorrear tinta y acabó con la mano empapada. Y el rey explotó: «Oh Dios, odio esto. No lo soporto», se le escuchaba decir en un video que se difundió como la pólvora. Pasados los meses, Carlos III ya empezó a hacer alusiones a lo ocurrido desde una perspectiva más simpática. El pasado mes de marzo, durante una visita de estado a Alemania, el soberano rechazó entre risas la pluma que le ofrecieron para recurrir a la que llevaba encima, ya que esta última había superado con éxito todas las pruebas a las que se había sometido para evitar sorpresas desagradables.