Escondido tras los rincones y temeroso de que alguien lo vea, platicaba con sus ratones el mismísimo Rodrigo Abdalá Dartigues. Ese personaje que ni ata ni desata, ni es ni no es, ni nada de nada, pues bien hay quien dice que no llega a diciembre dicho personaje, pues no es muy del agrado de la Cuarta Transformación y menos del que va hasta arriba en las encuestas.
Hace un par de días, el periodista Mario Alberto Mejía en su quintacolumna lo retrató de pies a cabeza y dio a conocer a algunos de los personajes que lo acompañan en su “trabajo”. Dejó en claro, el periodista, que nadie está contento con su trabajo.
Es que es tan gris el súper delegado que nadie se acuerda de él. Nadie lo busca para gestionar nada. No es un enlace con el gobierno federal y ni si quiera funciona como planta de ornato, porque ni en las fotos aparece. Tiene más juego un Fernando Manzanilla o un Jorge Estefan Chidiac que el propio Abdalá.
Recuerdan que cuando se crearon estas figuras, muchos se inconformaron porque tendrían una gran responsabilidad casi como virreinatos y que les robarían cámara a los gobernadores. Bueno, Rafael Moreno Valle todavía alcanzó a presentar una demanda de inconstitucionalidad por su creación.
Y es en serio, a Rodrigo Abdalá nadie lo ve, nadie lo oye, es un espectro que seguramente cobra en una nómina federal pero que no representa nada. No pasa información a la Presidencia, no está en contacto con el gobernador para resolver problemas. Es la beca más cara de este sexenio.
Supuestamente el coordinador de las delegaciones sería el más poderoso en Puebla, sería el candidato natural para el 2024 y hasta para la alcaldía del 2021, pero no. Este personaje resultó ser un cero a la izquierda dentro de la propia izquierda.
Dime de qué tuiteas y te diré quien eres
Y como dice el clásico: un político sin bots es un pobre político. Twitter, a principios del 2011, se convirtió en un fenómeno en el que todos querían estar. Al diablo con la frivolidad de Facebook, tuitear era el verbo del momento hasta que llegó la clase política y como diría mi abuela: se negó el chingocio. Los políticos contrataron personajes que llenaron de bots (no de boots, esas son botas) sus cuentas y se volvió algo verdaderamente asqueroso.
De pronto nos enterábamos que en Timbuctú seguían a algún aspirante a la alcaldía o a la gubernatura o que en Eslovenia había miles de seguidores de algún secretario de Desarrollo Social que se sentía el mirrey de la polaca.
Moreno Valle, por ejemplo, tenía granjas y granjas de robots que cada que inauguraba algo, salían sus tuiteros a decir como loritos: “el parque ecológico es una gran obra- el parque ecológico es una gran obra-el parque ecológico es una gran obra”, ad infinitum.
El colmo de todo esto vino al inicio de esta semana cuando Twitter echó abajo la cuenta de algunos militantes de Morena y destacaba el de la presidenta municipal Claudia Rivera Vivanco. Y es que a todo se se queda la duda, ¿fue un hacker como ellos denunciaron o fue porque ya eran tantas cuentas falsas o bots que los seguían que fueron detectados y se las aplicaron?
Seamos honestos, ¿quién chingaos en su sano juicio va a seguir la cuenta de un político local, habiendo tanto que ver en internet? ¿Qué prefieren ver porno o leer alguna frase cursi de un político que aspira a ser diputado por el distrito XII? ¿Bajar piratería o leer que un regidor está en reunión con la Comisión de Hacienda? O de veras quieren ver la cara de Enrique Cárdenas o de Genoveva Huerta.
No mameyes en tiempos de aguacates.
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