Espiritualidad e interculturalidad, dos caminos hacia la justicia social

Una educación contrahegemónica debe privilegiar los saberes populares y acompañar a los sectores vulnerables a través del respeto a la identidad comunitaria.

Fe, religión e iglesia son conceptos heterogéneos que coexisten en un mismo campo semántico. La práctica religiosa acentúa la mediación entre el ser humano y Dios a través de su institución, lo cual ha diseminado la posibilidad de tener una experiencia de fe sin intermediarios.

La Iglesia católica se constituye como una institución política que administra una religión, pues es la única en el mundo articulada por un Estado (el Vaticano) y coordinada por embajadores en todo el mundo (nuncios apostólicos). Las prácticas religiosas, celebradas principalmente en los templos, recopilan los dogmas, orientaciones y requisitos que un creyente debe seguir.

Por otro lado, la fe escapa de términos racionales y se convierte en “una experiencia de Dios”. Estas fueron algunas de las reflexiones de Juan Luis Hernández Avendaño, Rector de la IBERO Torreón, para comenzar a trazar las asociaciones entre la fe y la justicia, principios fundamentales de la Compañía de Jesús y de sus universidades confiadas.

Para el politólogo, las prácticas ortodoxas y fundamentalistas alejan del encuentro con Jesús, quien mostraba la experiencia de un Dios amoroso y equitativo. “Jesús plantea que todos somos hijos de un mismo padre, en una dimensión en la que los judíos se sentían el pueblo elegido”.

Las universidades jesuitas están llamadas a abrazar la dimensión espiritual que salva, libera e integra. Esto supone un reconocimiento y acompañamiento a toda la diversidad de su población estudiantil y laboral, especialmente a los becarios del Programa Pedro Arrupe dirigido a personas indígenas o rurales. “Los acompañantes deben preguntarse qué tipo de fe profesan”, redondeó.

El auditorio congregado en un seminario especializado de la Ibero Puebla reconoció que su vivencia de la fe ha transitado desde la religión inquisidora heredada por sus padres hacia el Dios amoroso. “Cuando empieza mi relación directa con Jesús viene una transformación en mi fe”, expresó una participante; “[siento] ganas de compartir mi espiritualidad, la alegría de sentirme acompañada por esta trinidad”, sumó otra.

Para caminar desde la fe hacia la justicia, Hernández Avendaño consideró necesario realizar análisis de la realidad con miradas esperanzadoras; animar a la organización comunitaria; reivindicar la ética del cuidado en torno a uno mismo, a los demás y a la casa común; practicar el discernimiento, y construir una geopolítica de la esperanza.

Identidad e indigenismo

Las universidades jesuitas acompañan a personas en condiciones estructuralmente vulnerables. Tal es el caso de los jóvenes indígenas, quienes son los que mayores dificultades enfrentan tanto para ingresar a una institución educativa como para culminar los estudios. Ya sea por factores pedagógicos, socioeconómicos o culturales, solo el 1.1% de este grupo social tiene acceso a la educación superior.

Pese a los esfuerzos públicos y de las instituciones educativas para instaurar políticas de inclusión, expertos evidencian la prevalencia de prácticas discriminatorias tanto en la convivencia como en los planes de estudio, además de que los recursos económicos y de infraestructura no son suficientes. “Las instituciones no han logrado asumir como conocimiento aquello que se reproduce fuera del modelo moderno-occidental”.

Lucía Roldán Gutiérrez entrevistó a cuatro beneficiarios del programa Arrupe (dos chicos, dos chicas) durante la segunda mitad del 2018 como parte de su tesis de maestría. El objetivo era identificar los niveles de resiliencia de estos perfiles, pues, a su juicio, “se está folklorizando la interculturalidad y no realmente yendo más al fondo”.

La investigadora encontró que los jóvenes tuvieron problemas para adentrarse en un ambiente académico dominante que “niega la diferencia”, lo cual se ve reflejado en las dinámicas sociales propias de las grandes ciudades. Pese a las facilidades económicas que ofrece la beca, las dificultades socioeconómicas los orillaron a incorporarse tempranamente al mercado laboral para cubrir sus nuevos gastos.

Algunos de los becarios Arrupe también tuvieron dificultades para establecer vínculos afectivos. Mientras que Alberto (hombre mixe) se mostró hermético frente a las normas sociales, Xchal Ich Ts’ac (mujer tzeltal) no contaba con los recursos económicos para ello. No así Manolo y Laura (hablantes del náhuatl), quienes aún mantienen el contacto con amigos y excompañeros.

En contraste, su principal motivación recayó en el espíritu para vencer los obstáculos. Los ahora egresados respaldaron su actitud positiva principalmente en el cobijo familiar. “Sus lugares de origen representan espacios de pertenencia comunitaria. El hecho de que estos jóvenes tengan arraigo a su identidad indígena representa factores resilientes que van más allá de lo individual”.

La identidad indígena fue un tema poco tratado durante las clases, aunque bastante explotado en los contados espacios extraacadémicos en los que los jóvenes podían expresar su indigenismo. “Pese al conocimiento occidental, tuvieron claro que no querían cambiar su forma de ser”.

A pesar de que las estadísticas y las narrativas están en su contra, los jóvenes fueron identificados como personas resilientes. Lucía Roldán concluyó que, si bien el programa Arrupe puede impulsar la experiencia intercultural con mayor hondura, cumple con su objetivo de transformar la vida de jóvenes que tienen a todo un sistema hegemónico en su contra.

octubre 15, 2021 - 6:30 pm

Por: Staff

Educación

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