El 29 octubre de 1958, con las notarias públicas asociadas 13 y 22 de la 3 Poniente 120, fue firmado el testamento por William O. Jenkins, en ese momento el hombre más rico de México.
Quedó fijado en el volumen 19 instrumento 1004 y firmado por el notario Guillermo Grunenberg Carrasco, el que tuvo como testigos a Manuel Ibáñez Guadalajara, Adolfo Cazares Valdés y José Lozano Quintana, farmacéutico, comerciante y abogado, respectivamente.
Así se lee en el documento firmado en 1958, en posesión de este reportero, destaca que su fortuna será entregada a la Fundación Mary Street Jenkins, creada en memoria de su esposa, quien falleció en 1944.
En la décimo segunda cláusula, señala que luego de establecer la Fundación Altruista con el nombre de su esposa fallecida, se determinó que fuera para realizar obras de caridad y el bien en general.
Por lo tanto, al establecer que se gastarían únicamente los ingresos y no el capital con el que fue fundada, podrían los recursos durar muchos años.
De este modo, nombró a la Fundación Mary Street Jenkins todo su dinero, aunque no especifica exactamente el monto en su testamento público.
“(…) Instituye por ser única y universal heredera de todos sus bienes, derechos y acciones que puedan corresponder al propio señor testador en el momento de su fallecimiento a la expresada FUNDACIÓN MARY STREET JENKINS”, resalta con letras mayúsculas en el documento hecho en máquina de escribir.
Señala que en caso de que la vida no le alcance para enseñarles a sus hijos a ganarse la vida, deja a su heredera, la Fundación Mary S. Jenkins, la obligación de impartirles esos valores a sus hijos.
Pero no los deja totalmente desprotegidos, ya que les compró casas, así como algunos negocios, como el de la construcción entregando al esposo de Margareth, aunque lo haya hecho en forma de préstamo.
A su hija Jane también le dejó una fábrica de hilados, que en ese momento el testador pensaba sería de gran éxito, luego de un préstamo de “varios millones de pesos” que tendría que pagar en caso de que triunfara el negocio.
En tanto, a su nieto o hijo adoptivo William Anstead Jenkins, lo ayudó a establecer en la capital del país varios negocios financieros, pero con un préstamo de varios millones de pesos, que también debería cubrir, aun tras la muerte de su padre o abuelo.
A su hija Mary la ayudó dejando a su marido Robert William, patra establecer una fábrica de pastas en la ciudad californiana, con el mismo acuerdo de deuda.
Quienes no aceptaron ayuda alguna, fue su hija Martha y esposo Matt Cheney, quienes regresaron a vivir a Los Ángeles, aunque les propuso establecerse en Puebla con negocios.
Establece que el fideicomiso los pagos de las escuelas a sus descendientes, incluidos los estudios universitarios o hasta donde quieran llegar académicamente.
Al final de documento, también deja una herencia a sus empleadas domésticas, que le sirvieron por muchos años, para que no volvieran a trabajar.
Ahora, 64 años después del testamento, el patrimonio de esta fundación registrada en Puebla se mudó en abril de 2014 a Aguascalientes, para que a finales de ese año se trasladó al país de Barbados.
En 2016 cambió de nueva cuenta a Panamá, desde donde se administró, fuera de la legislación mexicana para las asociaciones de beneficencia pública, según las denuncias presentadas.
El valor del esfuerzo
«Los padres no deben dejar grandes fortunas como herencia, sino más bien enseñarlos y ayudarlos a trabajar para que ellos mismos generen lo que necesiten», sentenció William Oscar Jenkins, en su testamento.
En 16 puntos el magnate dejó en claro cómo debería repartirse su herencia, en la cual no dejó desprotegidos a sus familiares, sino con suficiente dinero para sus estudios, siempre con la finalidad de que trabajen.
Pero ahora, 63 años después, familiares encontraron la forma de allegarse de los recursos en el fideicomiso, con lo que hicieron a un lado su última voluntad.
Extraoficialmente se maneja que dejó más de 93 millones de pesos en ese entonces para la Fundación Mary Street Jenkins, inversión que creció a más de 772 millones de dólares a la fecha, por lo que lo descendientes pretenden dejar solo el dinero heredado hace seis décadas.
Al parecer para ellos no está en su agenda seguir al pie de la letra el testamento incómodo, para lo que presuntamente se creó una red en complicidad para extraer los recursos al quitar candados.
La red se hizo con autoridades, empresas y diversos personajes políticos, para poder sacar el dinero del fideicomiso y enviarlo a paraísos fiscales como Panamá o Barbados.
Esto ha originado un litigio que mantiene en vilo a la Universidad de las Américas (Udlap), una de las propiedades de dicha Fundación.
Luego de aclarar las raíces, William O. Jenkins, refiere que tiene como creencia que nadie con capacidad de trabajar debe gastar dinero que no haya ganado por su propio esfuerzo.
“(…) Manifiesta que no es su voluntad dejar a sus hijos riquezas ni fortunas, sino más bien ayudarlos a trabajar para que puedan hacer su porvenir con su propio esfuerzo”, sentenció.
“(…) Declara que es su expresa voluntad no dejar a sus hijos herencia alguna, sino solo proporcionarles la ayuda en la forma que ha mencionado y espera, Dios mediante, poder hacer esto durante su vida”, continúa el documento.
Las raíces
En el testamento Jenkins se dijo agricultor, viudo, norteamericano de origen, pero con domicilio en la 2 oriente 201 del centro de la ciudad de Puebla.
El millonario nació en 1878 y declaró en el testamento, que tenía residencia en México desde 1901.
Además, señala su matrimonio con Mary Street de Jenkins, fallecida el 15 de enero de 1944 con quien procreó cinco hijas, la primera de ellas de nombre Elizabeth, fallecida tres años en 1955.
Asimismo, su otra hija de nombre Margareth, residente entonces en la Ciudad de México; Jane, con residencia en Puebla; así como Mary y Martha, ambas con residencia en aquel entonces en Los Ángeles, California.
También aclara que su hija Margareth tuvo un hijo de nombre William Anstead, a quien reconoció como su hijo legal o adoptado al otorgarle su apellido.
Ilustración: Alejandro Medina
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