Antes de comenzar a escribir este texto desde mi posición de neófito o al menos de jugador amateur en materia de cultura, me preguntaba cómo definirla. Ya imaginaba que habría muchas definiciones de cultura pero cuando le consulté al oráculo de Google, Wikipedia contestó que en 1952 los investigadores Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn encontraron 250 definiciones y conceptos diferentes aplicables al uso de la misma palabra.
Una maestra solía decir que cultura es todo lo que queda cuando lo demás se ha olvidado. Puede ser una definición correcta desde múltiples puntos de vista. Si hablamos de valores o costumbres presentes en una sociedad o grupos de individuos, bien podríamos concluir que algunos serán olvidados pero otros valores sobrevivirán y guiarán su conducta. Si pensamos en las manifestaciones artísticas presentes en un momento determinado de la historia, valdría pensar que son aquellas que fueron capaces de expresar el alma de las personas en ese contexto, determinado por las condiciones del entorno, y que las demás expresiones simplemente resultaron irrelevantes y por lo tanto olvidadas.
El lenguaje es el vehículo por excelencia de la cultura. La riqueza de las palabras y de los conceptos es muestra de la cultura de los pueblos. La capacidad de pensar y de comunicar lo pensado contribuye a la formación de activos intangibles y es motor de progreso. Pero la cultura también se forma por otros símbolos que trascienden al lenguaje de palabras, signos y grafías. Las expresiones humanas que utilizan los sentidos para comunicar su mensaje, ya sea a través de la música, la pintura, la danza, el teatro, la escultura, entre otras, también son manifestaciones de la cultura y al mismo tiempo son formadoras de nueva cultura.
Ahora que estamos a punto de vivir las consecuencias de esta pandemia de COVID-19, tenemos ante nosotros un imperativo que nos impone la naturaleza y que necesariamente modificará la cultura de la humanidad. Como en otros tiempos del devenir humano, ahora le corresponde a esta generación la tarea de adaptarse a las nuevas condiciones del entorno. El proceso de adaptación determinará los nuevos límites de nuestra cultura. Por eso afirmo que imaginar el futuro después de la pandemia es necesariamente trazar el rumbo de los cambios culturales.
Desde mi punto de vista la palabra que definirá al entorno post COVID-19 será precariedad. La situación que enfrentará el mundo y particularmente México será de un entorno económico precario. Desempleo, empresas quebradas y endeudadas, familias que pierden o rematan su patrimonio, pobreza creciente. Incluso los dueños del dinero la van a pasar mal cobrando a sus clientes morosos, otros se aprovecharán de la desgracia ajena y se harán de propiedades a precios irrisorios. Veremos manifestaciones de voracidad y desesperación, de insensibilidad y angustia.
La precariedad económica obligará a que cambie la cultura de consumo. Muchos bienes que antes de la pandemia proporcionaban gran utilidad a las personas, comenzarán a perder importancia e incluso dejarán de adquirirse. Puedo imaginar que los autos de lujo, los viajes al extranjero, la joyería y ropa de marca entre otros bienes suntuosos, perderán relevancia en la canasta de consumo entre las clases acomodadas y por lo tanto sufrirán abruptos declives en sus ventas. Otros bienes correrán la misma suerte pero en otros segmentos de la sociedad hasta llegar a la base la pirámide. Entre los pobres comer carne era un lujo antes de la pandemia, después quizá será una casualidad.
De la precariedad material saltaremos a la precariedad moral. El fenómeno de escasez puede ocasionar que se rompan más límites morales para poder sobrevivir. Es muy probable que en los primeros meses de la etapa post pandemia se observen todo tipo de crímenes, asaltos, robos, estafas y fraudes. No será percibido como un nuevo brote de delincuencia porque ésta ya existía. La diferencia profunda entre la delincuencia de antes y la nueva será la motivación. La mayor parte de la delincuencia previa al COVIT-19 estaba motivada por el deseo de consumir y de poseer sin esfuerzo, la posterior a la pandemia será por sobrevivir porque no habrá en dónde trabajar.
La precariedad moral también motivará la precariedad de empatía. Estaremos más preocupados en solucionar nuestros propios problemas que no tendremos tiempo ni ánimo para pensar en la gravedad de los problemas del prójimo. Mucho menos para atenderlos.
En medio de la pandemia la precariedad más grave es de conciencia. Unos porque no colaboran para reducir la curva de contagios y otros porque al quedarse en casa solo le pusieron pausa a su vida cotidiana. No parece ser un momento de despertar de conciencia. Al menos no con vista al futuro de precariedad que nos espera, ni siquiera el presidente de México ha dado muestra de ello.
Seguramente los mexicanos cambiaremos como consecuencia de esta pandemia pero es posible que esos cambios no sean duraderos a menos que existan guías adecuados de la conciencia colectiva.
En este momento apelo a los rebeldes que siempre y en todos los tiempos han existido en la humanidad. Hagamos un movimiento de contracultura. Si la precariedad material, moral y de empatía será la marca distintiva del futuro próximo, los inconformes podemos hacer un movimiento en sentido contrario por la solidaridad, la colaboración y el amor al prójimo. Los inconformes son la resistencia anti-sistémica que ha adquirido conciencia. Entre los inconformes siempre se encuentran artistas que en sus obras plasman el renacer de la sociedad, porque su ideal de perfección del espíritu humano es la semilla del nuevo progreso.
Lo peor que le puede pasar a la humanidad en esta coyuntura histórica es que sus artistas se suban al mismo tren de la precariedad. Seamos artistas de un futuro posible que yace en nuestra imaginación y en lo profundo de nuestro espíritu. Pongamos nuestra voluntad del lado de la razón y la empatía para levantar a México más fuerte y unido, solidario y fraterno.
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