Desde hace más de dos décadas se han hecho varios intentos por descentralizar las estructuras del gobierno federal.
Los intentos por descentralizar al gobierno federal datan desde la época de Miguel de la Madrid (1982-1988) y por Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) sin lograr el objetivo.
Hoy en día, el licenciado licenciado Andrés Manuel López Obrador, retoma la iniciativa, y ha puesto a temblar a todo el aparato gubernamental pues a partir de su llegada oficial al Palacio Nacional decretará la descentralización política y administrativa del gobierno federal.
Todo mundo aplaude la iniciativa menos los empleados que se mudaran, en virtud de que se enfrentaran no solo a gastos adicionales como rentas, mudanzas y colegios que mermaran su capacidad económica, aunado a que les bajaran el sueldo, que no es cosa menor.
Para demógrafos, urbanistas, economistas y politólogos consultados, la descentralización es un mecanismo efectivo y adecuado para tratar de reducir la brecha de desigualdad en México.
Para otros, la tarea se ve complicada y el primer obstáculo a vencer será la resistencia de los trabajadores, en virtud de que las familias serán fracturadas principalmente porque los hijos que estudian preparatoria y Universidad nunca aceptaran continuar sus estudios en provincia argumentando que no existen escuelas ni universidades para hacerlo.
El argumento de que la descentralización traerá desarrollo es válido pero los casos de fracaso ya se han dado y como ejemplo podemos remitirnos a la descentralización del Banco Banobras en 1987, cuando se crearon las delegaciones estatales de esa Institución.
El choque entre los que llegan y los que están fue tremendo.
Después de varios años el Banco opto por volver a centralizar las tareas y solo mantiene en los estados a Delegaciones promotoras de los programas pero todo el proceso de autorización y formalización de los créditos volvieron a ser operados por oficinas centrales.
La mayoría del personal que salió de la ciudad de México al paso de los años regreso y en la mayoría de los casos regresaron porque extrañaron a su familia y a su ciudad.
El reto es enorme y aunque para muchos la dependencia que se asiente en una determinada ciudad podría convertirla en un “polo” de desarrollo, las contingencias pueden generar que sea un fracaso.
En conclusión, amigas y amigos lectores, la idea de la descentralización no es mala aunque para no correr riesgos y evitar imponderables que redunden en la separación de familias y ocasionen una parálisis gubernamental sería prudente hacerlo solo como proyecto piloto. No le vaya a dar el MAL DE JAMAICON a la burocracia y terminen todos con un fracaso.
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