En la entrega de la semana pasada hablamos de la posverdad, dijimos que “la cuatroté pierde en la política real pero se mantiene ganadora en la política ficción. Otra vez, no importan los resultados ni la realidad, lo que importa es el relato que prevalece en la percepción social… Es la administración de la posverdad lo que mantiene fuerte al régimen en este mundo de percepciones líquidas”.
Esta semana en su columna “Uso de la razón”, Pablo Hiriart afirmó: “Si por la economía fuera, López Obrador tendría menos de 20 por ciento de popularidad. La única industria que su gobierno ha mejorado es la fábrica de pobres y de muertos por negligencia oficial. Y tiene 60 por ciento de respaldo. La diferencia (con Biden) está en que AMLO sí tiene narrativa: demagógica, victimista y mentirosa en muchos casos, pero tiene.” La narrativa a la que alude Hiriart es lo que en los círculos políticos e intelectuales se conoce como posverdad.
El Diccionario de la Lengua Española define la posverdad como “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad”.
El Diccionario de Oxford la define como el fenómeno que se produce cuando «los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales». Incluso el diccionario inglés la escogió como palabra del año en 2016.
“Todo el fenómeno de la posverdad es sobre: ‘Mi opinión vale más que los hechos’. Es sobre cómo me siento respecto de algo», explica el filósofo Anthony Clifford Grayling en una entrevista con la BBC en 2017.
Las noticias falsas son una fuente inagotable de distorsión de la realidad al servicio del discurso de la posverdad. Las redes sociales actúan como un revulsivo de las noticias falsas. No hay racionalidad detrás de la conversación en redes sociales, nunca se trata de combatir las ideas sino a las personas, “si no estás de acuerdo conmigo, me atacas a mí, no a mis ideas”. Simplemente porque la fugaz visibilidad convierte en una celebridad a quien antes vivía en el anonimato. Genera una sensación de superioridad que distorsiona toda la conversación, motiva la violencia verbal y destruye la argumentación sustentada en datos o hechos objetivos y verificables.
Las redes sociales logran que alguien profundamente ignorante crea que puede discutir a la par de cualquiera que no lo es. Porque no importan los hechos, ni la teoría, ni los juicios razonables, todo es cuestión de la experiencia de atacar a la persona y desacreditarle a ella mediante mentiras, medias verdades o argumentos falaces.
Esta técnica de debate político es llevada al extremo por algunos líderes populistas que están de moda en diversos países del mundo, entre ellos México. Esos líderes políticos, sus portavoces y sus grupos de influencia han mostrado que la verdad ya no compite con la mentira, sino con otras ‘verdades’. Se trata de una estratagema para distorsionar la realidad y hacerla encajar en el relato que resulta conveniente a sus intereses, sin importar que tiempo después se demuestre que todo era solo una mentira.
Por esa razón no debiera de extrañar que la aprobación del presidente de la República se mantenga elevada a pesar de la realidad. La verdad, como hemos dicho, ya no compite con la mentira sino con relatos de otras verdades. Se impone en la percepción social el relato que sea capaz de conectar con emociones, no con juicios razonables y verificables. La experiencia emocional de los simpatizantes de AMLO al difundir y defender el relato de su líder en las redes sociales, re significa sus vidas pues creen están sirviendo a un propósito superior, sin tomar conciencia de que muchas veces solo son replicadores de engaños.
Un ejemplo reciente es la campaña de linchamiento lanzada en contra de la oposición que rechazó la reforma constitucional en materia energética propuesta por el gobierno, los llamó “traidores a la patria”. Esa campaña le sirvió al presidente de la República para que la sociedad tuviese a quien mirar como los enemigos y no a su gobierno (o a él mismo) como derrotado.
Sin embargo no todo es miel sobre hojuelas en el campamento del oficialismo. De acuerdo con la encuesta de encuestas del portal oraculus.mx la aprobación presidencial está en su mínimo desde que comenzó la administración con 58 por ciento, mientras que la desaprobación está cerca de llegar a 40 por ciento, su máximo histórico. Si vemos los datos del #AMLOTrackingPoll elaborado por Consulta Mitofsky para el periódico El Economista, publicados el pasado 2 de mayo, observaremos que la aprobación del presidente está cayendo después de haberse presentado un crecimiento aparejado a la campaña de “traidores a la patria”.
¿Qué nos dicen esos datos? Pues que la campaña tuvo éxito temporal para distorsionar la percepción social sobre las consecuencias del rechazo a la reforma constitucional del gobierno. Ello podría implicar que las tácticas narrativas para administrar la posverdad están perdiendo eficacia. En una encuesta publicada en El Financiero el 27 de abril pasado, el 71 por ciento de los entrevistados opinó que “la caída de reforma eléctrica propuesta por el presidente Andrés Manuel López Obrador representó una derrota política para el mandatario”, y el 60 por ciento se manifestó en contra de llamar traidores a la patria a quienes estén en contra de las propuestas del presidente de la República. La encuesta de El Financiero publicada el 2 de mayo, muestra que la aprobación presidencial en abril cayó 1 punto con respecto a la medición de marzo y la desaprobación subió 2 puntos en el mismo periodo.
La evidencia indica que las últimas tácticas narrativas para influir en la opinión pública han perdido eficacia. El gobierno y el propio presidente tienen que lidiar con la realidad económica que hoy es adversa para los mexicanos. La inflación, el desempleo y los bajos salarios son problemas que laceran el ánimo social y vacunan a los ciudadanos del virus de la posverdad. Creo que la baja audiencia que muestra La Mañanera es consecuencia del abuso discursivo del presidente, quien no habla poco de los dolores del pueblo y mucho de otros temas que resultan irrelevantes para la audiencia.
En los meses que restan podemos apostar por un presidente aun más radical en sus posicionamientos públicos. Sabedores de que solo mediante el escándalo, la confrontación y el encono pueden ganar el debate político, López Obrador y los suyos seguirán polarizando mediante una narrativa simple pero que les ha resultado: el binomio amigo – enemigo. La oposición hará bien en no subirse al ring, pues para que exista pelea se necesitan dos, y sin ella ese discurso pierde sentido.