Estoy realmente convencido de que los momentos difíciles son los que realmente forjan el carácter de la gente y te enseñan a ver que estas hecho.
Como el “ave Fénix” debe de renacer de sus cenizas para sobrevivir, así sucede con los seres humanos. El ciclo eterno de ganar y perder, para después volver más fuerte.
El año 2000 arrancó con el optimismo de que entrabamos en una nueva era. El fin de un siglo y el inicio también de un nuevo milenio, los augurios no podían ser mejores, pero no fue así.
La armonía que había entre Rafa Quiroz y quien esto escribe se terminó por una serie de intrigas y una columna, escrita por Mario Alberto Mejía Martínez, terminó por derrumbar momentáneamente nuestra amistad.
Mejía, para bien o para mal, ha estado muy ligado a mi destino, es de esa clase de personajes, que se cruzan en tu vida para hundirte y más tarde también para redimirte.
La columna de marras de Mario hizo dudar a Rafa de mi lealtad y yo, sin pensarlo decidí presentarle mi renuncia en los primeros días de marzo del 2000. Otra vez la incertidumbre llegaba a mi vida.
De inmediato comencé a tocar puertas y regresé a La Opinión de Oscar López, un lugar que muchas veces fue mi casa.
Un incidente iba a cambiar de nueva cuenta mi vida. En abril arrancó la campaña a la presidencia de la República y también para el Senado y las diputaciones federales de ese año trascendental en la vida de México.
Mi antiguo patrón, Rafael Cañedo Benítez, había sido postulado como candidato al senado de la República por el PRI, llevando como compañero de fórmula a Germán Sierra Sánchez, ambos eran vistos como aspirantes a suceder a Melquiades Morales Flores en el gobierno de Puebla.
Yo estaba completamente ajeno a la campaña de Cañedo, cuando a los 15 días de arrancar el proceso, el hijo del entonces candidato al senado, de nombre también Rafael, hoy dueño de la Tropical Caliente, protagonizó un escandaloso incidente de tránsito, sobre la avenida Aarón Merino Fernández, casi esquina con Reforma.
Rafa Cañedo Carrión sacó la pistola y encañonó a uno de los elementos de seguridad vial que le habían intentado detener, luego de pasarse un alto.
El incidente fue ocultado por la mayor parte de la presa, no así por el siempre agudo periodista, Rodolfo Ruiz, quien publicó el incidente, el cual puso en riesgo la candidatura de Cañedo, quien tenía en la dupla panista integrada por Francisco Fraile y Ana Teresa Aranda a dos muy difíciles rivales, que contaban con todo el impulso del entonces candidato del albiazul a la presidencia de la República, Vicente Fox Quesada.
El escándalo amenaza la campaña priista, el entonces encargado de la comunicación social de la campaña de Cañedo, el periodista Theo Martínez esposo de la también periodista, Azucena Hernández, estaba totalmente rebasado.
Unos días después del incidente, mi querido Mauro González Rivera, me llamó a las oficinas de la dirección de Comunicación Social del gobierno en Reforma 703 y ahí me invitó a tomar la campaña de Cañedo, como encargado de Comunicación Social.
La paga era buena y Cañedo me conocía de los tiempos en ACIR, por lo que no dude en aceptar la invitación. Al día siguiente me presenté en las oficinas del entonces Comité Estatal del PRI de la 5 Poniente, el cual funcionaba como casa de campaña de los dos candidatos al Senado con el coordinador general de Cañedo, el joven, Pablo Fernández del Campo, quien había trabajado como secretario particular del empresario radiofónico cuando fungió como alcalde de Puebla.
Con Pablo hice una excelente amistad desde ese tiempo, aunque en realidad quien tomaba todas las decisiones, era la experimentada Silvia Tanús, quien más tarde se convertiría en mi “madrina”, ella era el verdadero cerebro detrás de Cañedo y sus decisiones.
Como encargada de prensa se quedó mi querida Azucena Hernández, a la cual apoyaba su amiga y compañera de universidad, Liz Cervantes, otra extraordinaria amiga y hoy consolidada periodista del diario Síntesis, juntos conformamos el equipo de presa de Cañedo.
Logré, a medias, un control de daños, luego del incidente provocado por el hijo del entonces candidato. El resto de la campaña trascurrió sin mayores incidentes, pero la experiencia no fue nada grata para mí. Ahí me convencí de que no había nacido para ser jefe de prensa de nadie, lo mío era hacer periodismo.
A mediados de la campaña, por ahí del mes de mayo, comencé a experimentar fuertes dolores en el vientre, además de mucho vómito, ya se me dificultaba comer algunas cosas y comencé a perder peso.
Aun así, el 2 de junio del 2000 Vicente Fox Quesada lograba la hazaña a de sacar al PRI de Los Pinos, la “ola azul”, había arrasado con todo a su paso, incluso con las candidaturas del PRI al Senado de la República en Puebla.
En el equipo “cañedista” nos fuimos a dormir muy tristes, Cañedo y Sierra habían perdido ante Fraile y “Anatere”, aun así, Rafael entraba al Senado como la primera minoría.
Sin embargo, al día siguiente las cosas habían cambiado, la fórmula priista al Senado de la República, de manera “milagrosa”, había regresado para obtener el triunfo dejando fuera a Ana Teresa Aranda, en beneficio de Germán Sierra, algo que se supo más tarde, se debió a una concertacesión entre priistas y panistas.
A los ocho días, acompañé a Cañedo a la entrega de su constancia de mayoría que lo acreditaba como candidato ganador de la contienda y senador electo, luego de esto fui citado al día siguiente en sus oficinas de grupo ACIR.
Yo esperaba mantenerme dentro del equipo del ya ahora senador electo, sabía de sus ambiciones de ser el sucesor de Melquiades Morales Flores y pensé que me necesitaba, pero no fue así. Nuevamente, Cañedo me volvió a decepcionar. Me pagó mi último mes de trabajo y me dio las gracias. No hubo nada más.
No puedo negar que me volví a sentir usado y traicionado por el empresario radiofónico, habíamos dado todo en la campaña y ni eso alcanzó para ser tomado en cuenta. Me sentí como si fuera un clínex, úsese y tírese.
El estrés de la campaña, junto con la decepción de ser usado y votado, agudizó mis problemas estomacales, hasta casi estar el borde de la muerte. La valiente intervención de mi esposa Claudia, de su familia y de un buen amigo, así como el consejo de Javier López Díaz, quien le recomendó a mi esposa que fuéramos a ver al doctor Jaime Justo Janeiro, salvaron mi vida, fui operado de emergencia en el hospital Betania, tenía la sangre contaminada y a punto de estallar mi vesícula biliar.
La recuperación fue lenta, estuve a días de morir, eran los últimos meses del aciago año 2000, que solo penas trajo a mi vida.
Me encontraba endeudado y sin trabajo, nada bueno se veía en mi destino en esos días. El 2001 también era incierto, se venía la cuesta arriba en mi vida y aún eran muchas las lágrimas que iba a derramar.
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