Había transcurrido mi primer semestre de la universidad, gracias a mis buenas calificaciones obtuve la tan ansiada beca para poder seguir con mis estudios. Mi “alma mater”, la Universidad Madero, había decidido otorgarme mi beca al 95 por ciento y solo tenía que pagar la inscripción, lo cual no era problema para mi padre.
Yo aún no ganaba el dinero suficiente para poderme mantener, pero el hambre de triunfo crecía día a día, así como mi confianza en poder convertirme en un buen reportero.
Diario iba a Palacio de Gobierno en avenida reforma en busca de noticias, ahí conocí a un personaje que siempre me llamó la atención, su nombre, Alejandro Casco, cada vez que llegaba a la antigua casona me saludaba y así me aprendí y se aprendió mi nombre, más tarde algunos amigos me dijeron que está persona, era de las famosas “orejas” (espías) de Gobernación. Nunca supe sí, sí o no.
Lo cierto es que cierto día Alejandro me hizo una propuesta.
Me citó unos días después, para conocer al equipo integrado por Arturo González Orduño y Sonia Hidalgo en la conducción, ahora si ya oficialmente tenía mi primer empleo como reportero, estaba feliz.
De inmediato busque a Pilar Bravo para platicarle que iba a comenzar a trabajar y que la agradecía mucho por haberme dado la oportunidad, aunque mi ¨vieja maestra¨, al parecer no compartía mi entusiasmo, aun así, me deseo suerte.
Era el segundo semestre de 1990, un domingo por la tarde marque por teléfono a la estación para pedir que me grabaran mis primeras notas de la fuente de gobierno, que era la que me asignaron. Yo era un “mar de nervios”, me equivoque varias veces al grabar mi nota y el operador comenzaba a desesperarse, al final, quedaron grabadas mis primeras tres notas, al día siguiente no perdí para nada la transmisión del programa. Ya estaba adentro.
Las semanas transcurrieron y por fin llegó mi primer pago, 135 pesos a la quincena, no era mucho, pero fue mi primer sueldo y nunca lo olvidaré.
Como todo en la vida, había días buenos y había días malos, pero el aprendizaje era lo más importante.
Una tarde, mientras esperaba a las afueras del salón de gobernadores del Palacio de Gobierno, Fermín García se me acercó. Yo ya había intercambiado algunas palabras con él, aunque era muy joven siempre fue un tipo muy serio, aunque de buen corazón.
No lo podía yo creer, tenía pocos meses en la 920 y de inmediato me llegaba una mejor oportunidad, apenas y podía creer en mi suerte, estaba feliz.
Pasaron los días y por fin vino la entrevista con Javier López Díaz, a quien no conocía en persona, solo lo había escuchado algunas veces y ya era la competencia principal de Montero Ponce.
Javier era un tipo impresionante, sus lentes, su voz inconfundible, su corbata y su camisa impecables, y sus, en ese entonces, más de 120 kilos de peso.
Yo llevaba ese día un folder en donde había puesto un pequeño currículum Vitae y en este metí mis calificaciones de la universidad.
Así fue como conocí al que más tarde bauticé como “el rey del rating”, Javier López Díaz, uno de los hombres que cambió mi vida y que me enseñó hacer radio.
twitter: @riva_leo
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