Julio M, fue porro de la Vocacional 7 del Instituto Politécnico Nacional “no lo volvería a repetir”, explicó mientras trataba de volver a los años noventas cuando estuvo tan cerca de grupos porriles escolares que “casi se quema”.
A él, nunca le dieron “la bienvenida”, que consistente en meter las cabezas de los iniciados en tambos con orines o dejar que le pegaran toallas sanitarias utilizadas y caminar por todo el plantel escolar para que los demás estudiantes supieran que nadie lo podía tocar.
Julio conoció bien a estos grupos de personas debido a que al ingresar a la educación superior y cansado de muchos días en los que diariamente le pidieran “para los refrescos” o le quitaran sus cosas “se aventó un tiro” con el mano derecha de «El Marrano”, un hombre que por esos días tenía unos 30 años y era el líder de la porra matutina de dicha vocacional.
«El Marrano,» recuerda, tenía un cubil en los últimos pisos de la escuela, estaba acondicionado como una oficina y siempre bajo llave, había unos sillones desvencijados y una televisión, “les habían asignado ese salón”, señaló.
En ese tiempo asistía al turno matutino pero era hasta las diez de la mañana, cuando salía al receso, cuando empezaban los problemas “salías a comprar tu desayuno y ya cuando venías de regreso ya te estaban esperando, o le atoras o no entras, te decían, a veces te quitaban la gorra, la mochila o lo que trajeras encima, lo que ellos querían es que uno supiera quien mandaba dentro de la escuela”.
“En algún momento perdí la visión de a lo que iba yo a la escuela y me empecé a juntar más y más con ellos, de alguna manera me sentía protegido (…) a mí de alguna forma me obligaron y ahora me siento comprometido porque estoy metido hasta las manitas con ellos, ando con ellos pero no soy parte de ellos”, señaló al comentar que los maestros, los directivos y todos en la escuela sabían quienes eran porros y quienes no.
Julio estuvo en esa porra unos dos años y conforme pasó el tiempo explicó que “te vas dando cuenta y preguntando y escuchando, el líder era quien decidía cuáles serían los nombres que aparecerían en las listas de las autoridades como porro”.
“Porque saben perfectamente quién es porro, sabe dónde vives, qué haces, cuántos años tienes en la escuela, si tienes familia, todo lo saben y por ende lo saben los directores de la escuela, el subdirector, los académicos, todos los profesores nos conocían en aquel entonces”.
A los líderes les pagaban “por ir a hacer desmanes a los partidos”, señaló al explicar que no sabe cuánto, porque él nunca estuvo en la “nómina”, pero luego de ir a hacer algún alboroto “El Marrano” los invitaba a comer, pero eran al menos unos 40 porros a los que sentaba a la mesa y no les daba poquito de comer, refirió.
Para “los des…s”, señala, autoridades escolares hacían los pedidos y El Marrano solo preguntaba que cómo y con qué intensidad los querían y mandaba a los muchachos a hacer levantones de estudiantes y subirlos a los camiones, era como una especie de cuota “tú veías cómo le hacías pero los tenías que juntar”, dijo.
Iban a todos los juegos estudiantiles a los que eran invitados, “nadie podía entrar armado, con alcohol, con cigarros, nadie podía entrar con nada y nosotros pasábamos como si fuéramos dioses, como dueños y señores entrábamos; El Marrano siempre andaba armado, afuera en la escuela, en el campo o en donde fuera, yo le preguntaba que por qué y él solo me respondía que ‘hay muchas cosas que no sabes algún día las sabrás’.
Los porros, tanto los de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), como del Instituto Politécnico Nacional (IPN) se conocían “eran como abogados que se peleaban en el juicio pero afuera se trataban como hermanos, no sólo había porros hombres sino también mujeres, había muchas mujeres en la porra y también les daban su bienvenida”.
“Para ellas era más pesada, había mujeres que las manoseaban, las encueraban, les hacían muchas cosas”, él no participaba, dice, como no era un iniciado no iba a los bautizos o bienvenidas consistentes en meter las cabezas en tambos llenos de orines, o bien en maquillaje, es decir, embarrarlos con excremento o con toallas sanitarias utilizadas, o bien a hacer fila india, en donde con un palo todos golpean al iniciado.
“No te dejaban ir hasta que todos se dieran cuenta de que te habían dado la bienvenida y que eras parte de la porra y que a partir de ese momento nadie externo a la porra te podía hacer nada”.
Con unos 15 años de edad, cuando ingresó al nivel de educación media superior y tras casi dos años de andar en los partidos, acarreando estudiantes en los camiones y un poco más consciente, Julio, vio que todo comenzaba a salir de control, fue cuando quiso decir basta y trataba de evitar a los grupos porriles de su escuela, a lo que le contestaban un: “no, no te pregunté, yo ya no podía yo darme el lujo de decir no voy o no quiero, tenía que ir”.
Todo terminó un día que Julio vio su vida en riesgo, habían robado un camión y este chocó, casi pierde la vida por venir con la cabeza afuera de la ventana, por un tiempo pudo esquivar al Marrano y a sus acompañantes hasta que pasados unos meses lo interceptaron.
“Pues si no le entras estás fuera de la porra y no te va a convenir” le dijo el Marrano, pero Julio insistió en ya no querer pertenecer, fue amenazado por el líder de la porra, quien además pasaba los nombres de la porra a la dirección escolar para que en sus boletas apareciera un seis, los ayudaban a pasar, dijo Julio, incluso había algunos que jamás se pararon en un salón pero obtenían sus calificaciones como si hubieran asistido a todas las clases.
Así, tras salir de la porra tampoco tuvo el apoyo de las autoridades escolares y tras reprobar una materia tuvo que acudir al turno de la tarde; ahí también había porros, pero de otro tipo, “la porra blanca”, en la tarde el líder se hacía nombrar como “La Changa”, quien ya conocía los pormenores de su vida porril de la mañana y lo interceptó para invitarlo a la porra, con la única diferencia de que “aquí el que quiere estar está y el que no, no”.
La porra de la tarde también tenía un cubículo asignado, con la diferencia de que ahí no se consumían drogas y tampoco nadie se “podía pasar de laza, ellos estaban para lo que estaban, que era defender los intereses de los estudiantes, pero también para defender la escuela de otros grupos porriles”, así que de nueva cuenta se sumó a las filas de los porros, solo que ahí solo participó para defender su escuela y solo un par de veces se sumó a algún desmán.
“Hay cosas de las que me avergüenzo, no me enorgullece decirlas pero en su momento tuve la necesidad de robar, de golpear, de exigir, de lastimar a las personas, de menospreciarlas (…) era como un instinto de supervivencia, querías estar en la escuela pero que no te pasara nada tenías que atorarle, si no le atorabas era traer dinero todos los días, traer tortas para todos los que quieran pedirte, algo con lo que ellos se sintieran satisfechos y te dejaran de estar molestando”.
El especialista en movimientos sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) plantel Xochimilco, Alfredo Nateras, explicó que en la actualidad los porros, cuya aparición se remonta a los cuarentas y cincuentas, actúan como crimen organizado.
Ello, explicó, al “rentear” a los alumnos, amedrentarlos, proteger a las autoridades escolares, incluso a veces están ligados con el narcotráfico con quienes a veces negocian para que puedan vender drogas al interior de las escuelas, o bien, recientemente al hacer desistir a estudiantes de hacer denuncias de abuso sexual.
Desde su aparición, hasta estos días, dijo, los porros son estudiantes por lo general de educación media superior que son cooptados por las autoridades para desmovilizar legítimos movimientos estudiantiles, con el tiempo han estado ligados con distintos partidos políticos y su aparición a lo largo del tiempo “curiosamente se relaciona con tiempos de coyuntura política”.
A su vez, explicó que captar jóvenes para desmovilizar movimientos estudiantiles legítimos es más fácil debido a diversos factores que van desde las dificultades económicas y la misma inexperiencia, así como la desesperanza en términos de mejorar sus condiciones de vida, aunado a que jurídicamente son menores de edad.
Se trata de explicar la violencia más no de justificarla: así, dijo, se trata de jóvenes que probablemente han visto la violencia en sus entornos más cercanos para luego ser contratados para ejercer esta misma violencia.
El especialista abundó que los porros tienen la característica de exacerbar la masculinidad y el machismo, lo que se evidencia en la manera violenta en la que actúan, es decir, tienen que ver con una demostración de poder.
“El poder que ellos ejercen es un poder que tiene que ver, en términos de violencia, con una relación asimétrica en términos de que sean protegidos, están pagados, son mercenarios, y entonces eso les da prestigio, les da poder al interior de su propio grupo”.
Para que estos grupos existan, dijo, se trata de un entramado de personas que los financian y que los protegen desde el interior de las escuelas “hay autoridades escolares implicadas (…) las autoridades saben quienes son los porros, los ubican, incluso una parte de los políticos saben quienes están financiando a estos grupos, los identifican por filiación, por cómo se hacen en llamar, siempre han sabido”.
Para evitar la existencia de estos jóvenes en la estampillas escolares, dijo, primero se debería ubicar a los porros que están en activo al interior de las escuelas y hacer asambleas con presencia de todo el cuerpo colegiado para pedir a los directivos escolares deslindar responsabilidades; luego, establecer en las instituciones educativas corredores de seguridad tanto al interior como al exterior de las escuelas.
Ya con corredores de seguridad más establecidos se podría desmontar la venta de drogas al interior de las escuelas y desarticular de manera paulatina los vínculos que existen entre las autoridades escolares, trabajadores y estudiantes, ello, sumado a trabajos al interior de las escuelas con campañas de equidad de género, no violencia, escuela sin drogas, culturales y sociales.
Los porros, agregó, son jóvenes que perdieron la esperanza de que a través de la escuela les va ir mejor, también en cuestiones de que la sociedad no es y no ha sido capaz de ofrecerles mejores condiciones de vida porque la situación es crítica, lo anterior, puntualizó “no lo justifica pero si la explica”.