Al ocultar la verdad sobre el covid-19, Trump desdeñó la oportunidad de salvar miles de vidas y privilegió su interés electoral

Donald Trump sabía, al menos desde comienzos de febrero de 2020, que el covid-19 era una enfermedad muy contagiosa que se esparcía por vía aérea, que era altamente letal (mucho más que la influenza estacional) y que representaba un peligro mayúsculo para la salud pública, la economía y la seguridad nacional de Estados Unidos.

Sin embargo, de acuerdo a entrevistas grabadas que el presidente tuvo con Bob Woodward, incluidas en el libro ‘Rage’ del citado periodista, Trump decidió intencionalmente ocultarle a la sociedad estadounidense esa información crítica. Y durante muchas semanas, el presidente minimizó la gravedad de la pandemia y no emprendió medidas y acciones que habrían podido reducir la propagación del coronavirus en Estados Unidos y salvado miles de vidas.

Si las autoridades a escala federal, estatal y local y el público en general hubiesen conocido oportunamente lo que Trump sabía, y ocultó, sobre la letalidad de la pandemia, la sociedad podría haberse concientizado y preparado de modo temprano, se habrían podido evitar miles de muertes y contagios y mitigado la severidad de la crisis económica, que causó la destrucción de decenas de millones de empleos.

En cambio, durante semanas y meses Trump ha difundido consecutivamente nociones equívocas sobre que el virus desaparecerá milagrosamente y sobre la utilidad de ciertos fármacos (como la hidroxicloroquina, que no ha mostrado ser eficaz y sí implica riesgos severos). Ha clamado contra la aplicación a gran escala de pruebas de diagnóstico y mantenido discursos y conductas contrarias al uso de mascarillas y al distanciamiento social.

Y ha impulsado una reapertura, que muchos han considerado prematura e indiscriminada, de las actividades económicas y escolares pese a que el país enfrenta una ruda y considerable incidencia de casos de covid-19.

Qué decir de su planteamiento de inyectar desinfectante a los pacientes con coronavirus y de su pretensión de que su manejo de la pandemia, que le ha costado ya la vida a más de 190,000 estadounidenses, ha sido un éxito.

“Yo quise minimizarlo siempre, aún quiero minimizarlo”, dijo Trump a Woodward en marzo en relación al covid-19. Y aunque sabía de su gravedad desde principios de febrero y del peligro que la enfermedad implicaba, públicamente decía lo contrario e incluso hasta ahora ha mantenido su rechazo al uso mandatorio de mascarillas y al distanciamiento social, que ha convertido en un asunto político.

Trump ha dicho que optó por la calma y no hizo pública la gravedad del coronavirus para no causar pánico en la sociedad, pero lo que en realidad habría causado es una debacle de salud pública mayúscula, letal y, en ese sentido, enormemente atemorizante.

Su argumento de presunta precaución se desactiva a sí mismo ante la realidad de que la Casa Blanca, conociendo el peligro del covid-19, no actuó de modo efectivo durante semanas críticas para reducir los contagios y preparar al país ante una inminente crisis de salud pública y su consiguiente daño a la economía y al empleo.

En cambio, dejó por meses a gobiernos locales y estatales a su suerte en la lucha contra el letal virus y creó en muchas personas –en algo que persiste hoy– una falsa sensación de seguridad, de que el covid-19 no les afectará y por ello, como aún sucede con una porción sustancial de la población, pueden omitir medidas básicas de mitigación y ven erróneamente a métodos clave para combatir la pandemia no como útiles y salvadoras medidas de salud pública sino como cuestiones a las que hay que rechazar con arrebatos de tono político.

Por ejemplo, si se hubiese hecho desde temprano en febrero una campaña a escala nacional, con el presidente poniendo ejemplo, para promover el uso general de mascarillas y el distanciamiento social (incluso con un componente obligatorio) se habrían podido evitar decenas de miles de muertes. Incluso hoy mismo, a la luz de lo sucedido, sería posible salvar miles de vidas más con un uso generalizado de mascarillas, pero Trump sigue sin asumir esa realidad y, en cambio, continúa realizando eventos masivos en los que no se exige el uso de cobertura facial e, incluso, se desdeña o distorsiona el valor de esa medida.

La autoexaltación de Trump por su decisión correcta de frenar la llegada de personas primero desde China y luego desde Europa queda opacada con la realidad de que, para entonces, el virus ya se propagaba en Estados Unidos sin que la Casa Blanca tuviera la capacidad o el interés (a juzgar por lo que Trump dijo a Woodward) de informar con transparencia y de proponer y establecer de modo amplio e inmediato las medidas de detección y rastreo de casos y de confinamiento y mitigación de contagios que se necesitaban.

Esa minimización de Trump para no causar pánico en realidad causó mayor enfermedad y muerte pues, de acuerdo a modelos de la Universidad Columbia que han sido citados en varios medios, para mayo pasado se habrían registrado 36,000 muertes menos a causa de covid-19 si se hubiesen tomado medidas preventivas a gran escala una semana antes de lo que se dieron. Y si se hubiesen tomado dos semanas antes se habría evitado más del 80% de los casos y los fallecimientos.

Trump pudo hacerlo, pero optó por lo contrario.

Y algunos analistas han señalado que el pánico al que Trump se refería no sería el de la población temerosa del contagio sino el de los mercados financieros. Lo que en realidad él temía sería que la bolsa se desplomara al revelarse que una grave pandemia avanzaba con fuerza y que esa caída afectara el principal argumento de su reelección: el crecimiento de la economía.

Eso mismo se le ha reprochado en relación a su actitud contra el confinamiento, el uso de mascarillas y el distanciamiento social: aunque todo ello reduce contagios y puede salvar vidas, a Trump no le interesaba respaldar firmemente esas medidas (y en muchos casos trató de minarlas como cuando clamaba que se “liberara” a estados del país del confinamiento) porque, se afirma, creía que ello afectaría sus posibilidades de reelección.

A la postre, lo que las grabaciones de las entrevistas de Trump con Woodward implican es que Trump no solo habría mostrado su incapacidad para asumir la magnitud del reto que la pandemia y para liderar al país para encararla sino que optó, para tratar de no afectar o de apuntalar sus opciones de reelección, por minimizar el peligro, ocultar esa realidad al país y priorizar sus intereses políticos personales.

Esa actitud displicente ante el riesgo y el sufrimiento ajeno e incluso de negligencia, que sus críticos más severos han llegado a considerar delictiva, le ha causado al país enorme dolor y muerte y, al menos por lo que señalan hoy las encuestas, le habría resultado contraproducente a Trump en lo electoral, al encontrase detrás de su rival demócrata tanto a nivel nacional como en varios estados decisivos.

¿Por qué Trump no se alzó en su liderazgo y actúo de modo oportuno y efectivo para encarar la pandemia y en cambio optó por minimizarla y actuar de modo sesgado o displicente, de una manera impropia de la investidura presidencial y, sobre todo, de su deber ante la sociedad estadounidense?

De haberlo hecho podría haber incrementado su estatura política y, posiblemente, potenciado sus bonos electorales a niveles mucho mayores que los que hoy tiene. Y sobre todo habría evitado decenas de miles de muertes.

En esa lógica Trump ha sido un factor trágico para el país. Y, en relación a sí mismo, ha sido en gran medida su mayor obstáculo y sería una causa mayúscula de su posible derrota.

Lo grave, con todo, es que las omisiones y distorsiones de Trump costaron miles de vidas que podrían haberse salvado. Para él quizá todo fue un cálculo político pero para el país es una tragedia.

Esa es la verdadera carga que ya pesa sobre el país y la que pesará sobre Trump, en paralelo a sus muchas otras falencias, en noviembre y más allá. Con el agravante de que, aún ahora, con la pandemia azotando al país durante meses y con más aún por venir, el gobierno federal aún carece de un plan amplio e integral para enfrentar los problemas presentes y futuros del covid-19.

Vacunas y tratamientos presumiblemente se desarrollarán y aplicarán próximamente, pero en una fecha que aún dista, en el mejor de los casos, varios meses. Pero ello no frenará los contagios y las muertes que sucederán en las siguientes semanas y meses, sobre todo conforme lleguen el otoño y el invierno. Y la Casa Blanca niega lo que se escucha en las grabaciones de Woodward: que Trump deliberadamente minimizó la gravedad del coronavirus.

Urge, al menos, que se practiquen pruebas de diagnóstico sustancialmente más que ahora y se establezca la práctica generalizada del uso de mascarillas y el distanciamiento social.

Tanto en febrero pasado como hoy, se requería y se requiere una acción de diagnóstico, prevención y mitigación a gran escala en paralelo a los avances que eventualmente se logren en materia terapéutica y de inmunización.

Pero el presidente continúa minimizando la realidad, atascado en sus imperativos político-personales y en su falta de empatía ante el dolor y la crisis de sus conciudadanos.

Yahoo noticias

septiembre 12, 2020 - 11:56 am

Por: Staff

Actualidad

Te recomendamos: