Diferentes grupos estudiantiles organizaron actividades para recordar a la compañera de Ibero León que fue asesinada en la madrugada del 8 de marzo.

Nadia Rodríguez Saro Martínez fue el nombre que decenas de estudiantes, mayoría mujeres, entonaron en su regreso tras el paro nacional del #9M. El reclamo de justicia por una nueva compañera asesinada en la madrugada del Día Internacional de la Mujer es poderoso, pero no deja de tener matices de quejido: el nombre de Nadia duele.

El siniestro trastoca con una gravidez ligeramente superior a todos los anteriores. Ahora fue una hermana del Sistema Universitario Jesuita. Nadia fue víctima de la violencia sistemática que azota a nuestro país desde hace mucho tiempo y que ha destruido toda posibilidad de refugio en la neutralidad. Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía… Hay que actuar.

Paulina y Karla, víctimas del machismo, se han convertido en salvaguardas de la lucha feminista en nuestra Universidad al ser inmortalizadas en el Mural en Memoria de las Víctimas de Violencia de Género, ubicado entre los edificios E y F de nuestro campus. Al pie, descansa un dibujo de Ingrid Escamilla, la mujer que representó el acabose de la brutalidad feminicida.

Fue ahí donde un nuevo contingente se formó para exigir justicia. Mientras esperaban a las y los líderes del comité que acompañó la Megamarcha de hace cinco días, compañeras y compañeros se ponían al día en torno al asesinato de Nadia y todo lo que ha implicado la marea verde y morada de las últimas semanas. “Te extrañé ayer”, le dijo un él a una ella.

Tres marchas en trece días. Cuatro, si se cuenta la histórica movilización del #8M. Cinco, si incluimos la catatónica protesta silente del #9M. Ya es #10M y la lucha no para porque tampoco lo hace la violencia. Las y los estudiantes tomaron, como ya es costumbre, la iniciativa. “El próximo, la próxima, podría ser yo”.

Eduardo Arellano se dirigió al grupo y dio las indicaciones. Recorrido en silencio, con el puño en alto y el rostro estoico. Casi 50 personas marcharon, con medios de comunicación en ambos flancos, para llegar al Ágora universitaria, sede de todo aquello que a la Comunidad Ibero Puebla le es importante.

Reunidos y reunidas en círculo, arrancó la expresión performativa: “No pinto los monumentos, me pinto yo.” Prendas que llegaron blancas fueron teñidas de púrpura y rojo, lo mismo que rostros y cabello. De fondo, sonó el himno feminista Canción sin miedo.

Marisol Kai se acercó al atril y se dirige al contingente y anexos. Aludió a la frívola respuesta de las autoridades con respecto a las pintas en espacios públicos: La pintura se quita, pero las vidas no regresan. Evoca a Nadia, la que fue silenciada el día en que todas se preparaban para alzar la voz. “Hablo por ti, que no estás. Hablo enojada, porque el Estado cuida más a sus monumentos que a sus mujeres”.

Después, Sandy Smithers tomó la palabra. Cansada de llevar un luto impuesto, reconoció la paradoja de que el hartazgo y fatiga sea precisamente lo que mantiene la lucha en pie. “Ya se ha decidido, sin que tú lo sepas, si llegas a casa o te has despedido para siempre”.

Su voz, por momentos telúrica, no perdió un ápice de potencia al hablar de todas las que ya no están, llamándolas “hermanas”. Con la fuerza de la marea morada aún en sus venas, reconoció a las mujeres que luchan como agentes disruptivos: “somos esas rimas que no te dejan dormir. No vas a olvidarlas nunca”.

Se invitó a las y los presentes a un minuto de silencio al son de Desde mi cielo. La solemnidad llegó con la mano extendida y la palma simbólicamente ensangrentada. Después, apareció ella. “¡Nadia! ¡Nadia! ¡Nadia!”.

Concluyó el performance. “Que este nombre no se olvide. No nos vamos a callar. Los estudiantes, hoy, tenemos la voz”, dijo Carlos de la Villa. El contingente de hoy se disolvió progresivamente. Quienes se quedaron, se abrazaron en grupo. Hay tantas cosas que no te dije en vida… Un sonoro sollozo escapó entre las notas finales y el sonido de la fuente contigua.